viernes, 14 de abril de 2023

LA ISA DE SAJALÍN

 

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LA ISLA DE SAJALÍN (1895)


EDGARDO RAFAEL MALASPINA GUERRA




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La isla de Sajalín (1895) es un relato muy distinto a los otros de Antón Chejov porque pertenece a la literatura de viaje , a la denuncia social y la investigación médica epidemiológica.

En 1890 Chejov escribió: “ Parto con la absoluta convicción de que mi viaje apenas aportará nada a la literatura o a la ciencia; me faltan, para ello, los conocimientos, el tiempo y la ambición necesarios. No tengo los planes de un Humboldt, ni siquiera de un Kenan. Solo deseo escribir doscientas o trescientas páginas y de ese modo saldar una deuda que he contraído con la medicina, con la que me he portado como un cerdo. Es posible que no consiga escribir nada, pero aun así el viaje no pierde su atractivo: leyendo, mirando y escuchando, descubriré y aprenderé muchas cosas… Hay que domar la propia naturaleza. Admitamos que el viaje sea una locura, una obstinación, una extravagancia, pero qué pierdo: ¿tiempo? ¿Dinero? ¿Acaso ha de detenerme el

temor a las incomodidades? Mi tiempo no vale nada y dinero no lo he tenido nunca; en cuanto a las incomodidades, viajaré en coches de caballos durante veinticinco o treinta días como máximo; el resto del tiempo lo pasaré en la cubierta de un vapor .Admitamos que el viaje no me ofrezca absolutamente nada, pero ¿es posible que esos meses no me deparen dos o tres días que recordaré mientras viva, con profunda alegría o con pesar?”.

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[Primera edición de La isla Sajalín]

 

Chéjov habla de cómo llegó a la isla de Sajalín, describe sus coordenadas geográficas y su historia, los vientos , los molinos , las lluvias, las temperaturas. Luego se refiere a su gente, los apellidos , sus costumbres. No hay registros y por eso los habitantes a veces no saben sus fechas de nacimiento , y por eso tampoco saben su edad. Chejov solicita ayuda a las autoridades para realizar el censo en un territorio con muchos reclusos que luego de cumplidas sus respectivas condenas deciden quedarse para siempre. El gobernador de la isla le dice que de la misma se fugan todos: los presos y los militares que los cuidan.

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[Chéjov en la isla Sajalín]

El censo abarca a los poblados de la isla, sus calles con sus respectivos nombres, y sus habitantes; los matrimonios, las viviendas, las cárceles ,  los presos y sus familias; los juegos de azar, los animales, las plantas, la naturaleza, los bosques y sus insectos, la taiga con sus plantas que bajo los rayos lunares parecen fantasmas, las siembras, los ríos y la pesca ; los ambulatorios, los médicos y los enfermeros. Todo lo observa y al caer la noche lo escribe bajo la luz de una vela.

 

 

 

 

 

 

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[Ainos, aborígenes de Sajalín]

Los nombres y los apellidos extravagantes le llaman la atención. Anotó muchos nombres curiosos: Shkandiba (Patizambo), Zheludok (Estómago), Bezbozhni (Sin Dios),Zevaka (Papanatas). “Según me dijeron, los apellidos tártaros conservan, aunque los designados por

ellos carezcan de todo derecho y distinción social, sufijos y partículas que denotan rangos o títulos elevados.  El nombre más extendido entre los vagabundos es Iván y el apellido Nepomniaschi (Sin recuerdo). He aquí algunos apodos: Mustafá Nepomniaschi, Vasili Bezotéchestva (Sin Patria), Franz Nepomniaschi, Iván Nepomniaschi de Veinte Años, Yákov Bezprozvania (Sin Apodo), Iván el Vagabundo de 35 Años.”

 

 

 

 

 

 

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[Mapa de la isla Sajalín en la Casa-Museo de Chéjov]

El oído se acostumbra pronto al tintineo acompasado de las cadenas, el rumor del oleaje marino y el zumbido de los hilos del telégrafo; y precisamente esos sonidos acentúan la sensación de un silencio de muerte.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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[Facturas de Chéjov por conceptos de hotel y comida en barco en la isla de Sajalín]

En alguna parte, un vigilante daba golpes con su maza; cerca murmuraba un arroyuelo. Pasé un buen rato contemplando el cielo y las isbas, y me parecía un milagro encontrarme a diez mil verstas de mi hogar, en una aldea del fin del mundo llamada Palevo, donde se olvidan los días de la semana…¿Para qué recordarlos cuando da lo mismo que sea miércoles o jueves?

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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[Chéjov con familiares y amigos antes de viajar a Sajalín. Moscú, mayo de 1890.]

 

Recuerdo que, en el camino que lleva de la vieja mina a la nueva, nos detuvimos un instante junto a un viejo caucasiano que yacía sobre la arena, en un estado de síncope agudo; dos compatriotas le agarraban por los brazos, mirando a su alrededor con aire impotente y desconcertado. El viejo estaba pálido, tenía las manos frías y el pulso débil. Tras intercambiar unas palabras, seguimos nuestro camino, sin ofrecerle ayuda. Cuando le comenté al médico que me acompañaba que al menos podría haberle administrado unas gotas de valeriana, me respondió que el enfermero de la cárcel de Voievodsk no tenía ningún tipo de medicamento.

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Cuando se le pregunta a los aborígenes de Sajalín Meridional quiénes son, no dan ningún nombre de tribu o de nación, sino que responden simplemente: “Aino”, que significa “hombre”.

Los ainos no se lavan nunca y se acuestan con la ropa puesta. Casi todos los que han escrito sobre ellos hablan de sus costumbres de la forma más favorable. Según opinión generalizada, es un pueblo dócil, modesto, acogedor, confiado, sociable, cortés, respetuoso con los bienes ajenos, valeroso en la caza y, según palabras del doctor Rollen, compañero de La Pérouse, incluso inteligentes.

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Los castigos corporales endurecen y vuelven crueles no solo a los detenidos, sino también a quienes los infligen o presencian. Ni siquiera las personas educadas constituyen una excepción. Al menos yo no he observado que los funcionarios con formación universitaria reaccionen ante esos suplicios de manera diferente a los enfermeros militares o a quienes han estudiado en academias militares o seminarios. Otros se acostumbran de tal modo a los azotes y los latigazos, y se vuelven tan insensibles, que terminan por encontrar placer en la contemplación del espectáculo. Se cuenta que un inspector de prisiones silababa cuando infligían latigazos a un condenado; otro, un hombre de avanzada edad, decía al preso con una alegría malsana: «Bueno, ¿por qué gritas? Si no es nada. ¡Aguanta! ¡Vamos, dale lo que se merece!

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Esa orilla no me inspira pensamientos, sino una larga meditación, y me siento sobrecogido de angustia, aunque al mismo tiempo me gustaría quedarme allí por siempre, contemplando el movimiento monótono de las olas y escuchando su bramido amenazante.

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De pronto traen a un muchacho con un absceso en el cuello. Hay que hacer una incisión. Pido un bisturí. El enfermero y dos hombres salen a toda prisa y se dirigen corriendo a algún sitio. Al poco rato vuelven con un bisturí, pero el instrumento no tiene filo; me dicen que no puede ser, ya que el cerrajero lo afiló hace poco. De nuevo el enfermero y los dos hombres salen corriendo y al cabo de dos o tres minutos traen otro bisturí. Empiezo a cortar, pero tampoco está afilado. Pido una solución de ácido fénico; me la dan, pero no al momento; es evidente que ese producto se usa poco. No hay palanganas, ni bolitas de algodón, ni sondas, ni tijeras en buen estado, ni siquiera agua en cantidad suficiente.

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Para aumentar el peso, los panaderos y los guardias encargados de las raciones recurren a varios subterfugios, basados en prácticas siberianas; una de las más inocentes es rociar la harina con agua hirviendo. Antaño, en el distrito de Timovo se mezclaba harina con arenilla tamizada para aumentar el peso del pan. Perpetrar tales abusos resulta bastante fácil, ya que los funcionarios no pueden pasarse el día entero en la panadería, inspeccionando cada ración de pan. Además, los detenidos casi nunca se quejan.

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Antes de terminar mi examen de Sajalín Septentrional, creo que no está de más dedicar unas palabras a los habitantes pasados y presentes que no tiene relación con la colonia penitenciaria.

Poliákov encontró en el valle del Duika un fragmento de obsidiana en forma de hoja de cuchillo, puntas de flecha de piedra, afiladores, hachas de piedra y otros objetos. Tales hallazgos le permitieron concluir que en el valle del Duika, en tiempos remotos, vivieron hombres que desconocían los metales, hombres de la edad de piedra. Restos de cerámica, huesos de perro y de oso y lastres de nasas prueban que fabricaban vasijas, cazaban osos, pescaban con nasas y sabían adiestrar perros de caza.

Los objetos de sílex, mineral del que Sajalín carece, los obtenían probablemente de sus vecinos del continente o de las islas cercanas. Es muy posible que sus perros, ya en esa época, fueran perros de tiro. Poliamor también encontró en el valle del Tim vestigios de viviendas primitivas y toscas armas. Todo ello le llevó a la siguiente conclusión: “La existencia es posible en Sajalín Septentrional hasta para tribus de nivel intelectual relativamente bajo; es evidente que los hombres que han vivido aquí durante siglos han ideado medios para protegerse del frío, la sed y el hambre; además, es más que probable que los antiguos habitantes de la zona estuvieran organizados en clanes relativamente pequeños y no fueran del todo sedentarios”.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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