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LA ISLA DE SAJALÍN (1895)
EDGARDO RAFAEL MALASPINA GUERRA
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La isla de Sajalín (1895) es un relato muy distinto a los otros de Antón
Chejov porque pertenece a la literatura de viaje , a la denuncia social y la
investigación médica epidemiológica.
En 1890 Chejov escribió: “ Parto con la absoluta convicción de que mi
viaje apenas aportará nada a la literatura o a la ciencia; me faltan, para
ello, los conocimientos, el tiempo y la ambición necesarios. No tengo los
planes de un Humboldt, ni siquiera de un Kenan. Solo deseo escribir doscientas
o trescientas páginas y de ese modo saldar una deuda que he contraído con la
medicina, con la que me he portado como un cerdo. Es posible que no consiga
escribir nada, pero aun así el viaje no pierde su atractivo: leyendo, mirando y
escuchando, descubriré y aprenderé muchas cosas… Hay que domar la propia
naturaleza. Admitamos que el viaje sea una locura, una obstinación, una
extravagancia, pero qué pierdo: ¿tiempo? ¿Dinero? ¿Acaso ha de detenerme el
temor a las incomodidades? Mi tiempo no vale nada y dinero no lo he
tenido nunca; en cuanto a las incomodidades, viajaré en coches de caballos
durante veinticinco o treinta días como máximo; el resto del tiempo lo pasaré
en la cubierta de un vapor .Admitamos que el viaje no me ofrezca absolutamente
nada, pero ¿es posible que esos meses no me deparen dos o tres días que
recordaré mientras viva, con profunda alegría o con pesar?”.
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[Primera edición de La isla Sajalín]
Chéjov habla de cómo llegó a la isla de Sajalín, describe sus
coordenadas geográficas y su historia, los vientos , los molinos , las lluvias,
las temperaturas. Luego se refiere a su gente, los apellidos , sus costumbres.
No hay registros y por eso los habitantes a veces no saben sus fechas de
nacimiento , y por eso tampoco saben su edad. Chejov solicita ayuda a las
autoridades para realizar el censo en un territorio con muchos reclusos que
luego de cumplidas sus respectivas condenas deciden quedarse para siempre. El
gobernador de la isla le dice que de la misma se fugan todos: los presos y los
militares que los cuidan.
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[Chéjov en la isla Sajalín]
El censo abarca a los poblados de la isla, sus calles con sus
respectivos nombres, y sus habitantes; los matrimonios, las viviendas, las
cárceles , los presos y sus familias;
los juegos de azar, los animales, las plantas, la naturaleza, los bosques y sus
insectos, la taiga con sus plantas que bajo los rayos lunares parecen
fantasmas, las siembras, los ríos y la pesca ; los ambulatorios, los médicos y
los enfermeros. Todo lo observa y al caer la noche lo escribe bajo la luz de
una vela.
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[Ainos, aborígenes de Sajalín]
Los nombres y los apellidos extravagantes le llaman la atención. Anotó
muchos nombres curiosos: Shkandiba (Patizambo), Zheludok (Estómago), Bezbozhni
(Sin Dios),Zevaka (Papanatas). “Según me dijeron, los apellidos tártaros
conservan, aunque los designados por
ellos carezcan de todo derecho y distinción social, sufijos y partículas
que denotan rangos o títulos elevados.
El nombre más extendido entre los vagabundos es Iván y el apellido
Nepomniaschi (Sin recuerdo). He aquí algunos apodos: Mustafá Nepomniaschi,
Vasili Bezotéchestva (Sin Patria), Franz Nepomniaschi, Iván Nepomniaschi de
Veinte Años, Yákov Bezprozvania (Sin Apodo), Iván el Vagabundo de 35 Años.”
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[Mapa de la isla Sajalín en la Casa-Museo de Chéjov]
El oído se acostumbra pronto al tintineo acompasado de las cadenas, el
rumor del oleaje marino y el zumbido de los hilos del telégrafo; y precisamente
esos sonidos acentúan la sensación de un silencio de muerte.
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[Facturas de Chéjov por conceptos de hotel y comida en barco en la isla
de Sajalín]
En alguna parte, un vigilante daba golpes con su maza; cerca murmuraba
un arroyuelo. Pasé un buen rato contemplando el cielo y las isbas, y me parecía
un milagro encontrarme a diez mil verstas de mi hogar, en una aldea del fin del
mundo llamada Palevo, donde se olvidan los días de la semana…¿Para qué
recordarlos cuando da lo mismo que sea miércoles o jueves?
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[Chéjov con familiares y amigos antes de viajar a Sajalín. Moscú, mayo
de 1890.]
Recuerdo que, en el camino que lleva de la vieja mina a la nueva, nos
detuvimos un instante junto a un viejo caucasiano que yacía sobre la arena, en
un estado de síncope agudo; dos compatriotas
le agarraban por los brazos,
mirando a su alrededor con aire impotente y desconcertado. El viejo estaba pálido, tenía las manos frías y
el pulso débil. Tras intercambiar
unas palabras, seguimos nuestro camino, sin ofrecerle ayuda. Cuando le comenté
al médico que me acompañaba que al menos podría haberle administrado unas gotas
de valeriana, me respondió que el enfermero de la cárcel de Voievodsk no tenía ningún tipo de medicamento.
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Cuando se le pregunta a los aborígenes de Sajalín Meridional quiénes
son, no dan ningún nombre de tribu o de nación, sino que responden simplemente:
“Aino”, que significa “hombre”.
Los
ainos no se lavan nunca y se acuestan con la ropa puesta. Casi todos los que
han escrito sobre ellos hablan de sus costumbres de la forma más favorable.
Según opinión generalizada, es un pueblo dócil, modesto, acogedor, confiado,
sociable, cortés, respetuoso con los bienes ajenos, valeroso en la caza y,
según palabras del doctor Rollen, compañero de La Pérouse, incluso
inteligentes.
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Los
castigos corporales endurecen y vuelven crueles no solo a los detenidos, sino
también a quienes los infligen o presencian. Ni siquiera las personas educadas
constituyen una excepción. Al menos yo no he observado que los funcionarios con
formación universitaria reaccionen ante esos suplicios de manera diferente a
los enfermeros militares o a quienes han estudiado en academias militares o
seminarios. Otros se acostumbran de tal modo a los azotes y los latigazos, y se
vuelven tan insensibles, que terminan por encontrar placer en la contemplación
del espectáculo. Se cuenta que un inspector de prisiones silababa cuando
infligían latigazos a un condenado; otro, un hombre de avanzada edad, decía al
preso con una alegría malsana: «Bueno, ¿por qué gritas? Si no es nada. ¡Aguanta!
¡Vamos, dale lo que se merece!
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Esa
orilla no me inspira pensamientos, sino una larga meditación, y me siento
sobrecogido de angustia, aunque al mismo tiempo me gustaría quedarme allí por
siempre, contemplando el movimiento monótono de las olas y escuchando su
bramido amenazante.
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De
pronto traen a un muchacho con un absceso en el cuello. Hay que hacer una
incisión. Pido un bisturí. El enfermero y dos hombres salen a toda prisa y se
dirigen corriendo a algún sitio. Al poco rato vuelven con un bisturí, pero el
instrumento no tiene filo; me dicen que no puede ser, ya que el cerrajero lo
afiló hace poco. De nuevo el enfermero y los dos hombres salen corriendo y al
cabo de dos o tres minutos traen otro bisturí. Empiezo a cortar, pero tampoco
está afilado. Pido una solución de ácido fénico; me la dan, pero no al momento;
es evidente que ese producto se usa poco. No hay palanganas, ni bolitas de
algodón, ni sondas, ni tijeras en buen estado, ni siquiera agua en cantidad
suficiente.
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Para
aumentar el peso, los panaderos y los guardias encargados de las raciones
recurren a varios subterfugios, basados en prácticas siberianas; una de las más
inocentes es rociar la harina con agua hirviendo. Antaño, en el distrito de
Timovo se mezclaba harina con arenilla tamizada para aumentar el peso del pan.
Perpetrar tales abusos resulta bastante fácil, ya que los funcionarios no
pueden pasarse el día entero en la panadería, inspeccionando cada ración de
pan. Además, los detenidos casi nunca se quejan.
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Antes de terminar mi examen de Sajalín Septentrional, creo que no está
de más dedicar unas palabras a los habitantes pasados y presentes que no tiene
relación con la colonia penitenciaria.
Poliákov encontró en el valle del Duika un fragmento de obsidiana en
forma de hoja de cuchillo, puntas de flecha de piedra, afiladores, hachas de
piedra y otros objetos. Tales hallazgos le permitieron concluir que en el valle
del Duika, en tiempos remotos, vivieron hombres que desconocían los metales,
hombres de la edad de piedra. Restos de cerámica, huesos de perro y de oso y
lastres de nasas prueban que fabricaban vasijas, cazaban osos, pescaban con
nasas y sabían adiestrar perros de caza.
Los objetos de sílex, mineral del que Sajalín carece, los obtenían
probablemente de sus vecinos del continente o de las islas cercanas. Es muy
posible que sus perros, ya en esa época, fueran perros de tiro. Poliamor
también encontró en el valle del Tim vestigios de viviendas primitivas y toscas
armas. Todo ello le llevó a la siguiente conclusión: “La existencia es posible
en Sajalín Septentrional hasta para tribus de nivel intelectual relativamente
bajo; es evidente que los hombres que han vivido aquí durante siglos han ideado
medios para protegerse del frío, la sed y el hambre; además, es más que probable
que los antiguos habitantes de la zona estuvieran organizados en clanes
relativamente pequeños y no fueran del todo sedentarios”.
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