miércoles, 29 de septiembre de 2021

LA TORMENTA DE NIEVE

 


LA TORMENTA DE NIEVE (1856)

Edgardo Rafael Malaspina Guerra

 

Con este relato de Tolstói he evocado el invierno ruso. La nieve es parte de la vida de los rusos y por lo tanto de su literatura. En esta narración los viajeros se desplazan por los senderos nevados, los caballos se desorientan ante la tormenta que hace desaparecer los caminos. La noche es borrascosa y el viento frío golpea los rostros.  El héroe, sin embargo, se duerme y sueña con la muerte.

PÁRRAFOS:

1

Apenas habíamos dejado atrás las oscuras siluetas de los molinos —uno de ellos movía torpemente sus enormes aspas cuando me di cuenta de que el camino se volvía más difícil, había más nieve acumulada, el viento me golpeaba con mayor fuerza por el lado izquierdo, hacía ondear las colas y las crines de los caballos de ese lado y, tozudo, hacía revolotear la nieve que levantaban los patines del trineo y las pezuñas de los caballos.

2

La tempestad era cada vez más fuerte y la nieve caía seca y menuda; tuve la sensación de que comenzaba a helar: acusaba mucho más el frío en la nariz y en las mejillas, con mayor frecuencia sentía correr por debajo de mi grueso abrigo de piel una corriente de aire helado y tenía la necesidad de arroparme. De cuando en cuando, el trineo chocaba ligeramente contra una dura capa de hielo de la que el viento había barrido la nieve.

3

La tormenta era tan fuerte que yo, a duras penas, completamente encorvado y sujetando con ambas manos los faldones de mi capote, pude, sobre la nieve blanda que el viento barría de debajo de mis pies, dar esos cuantos pasos que me separaban de mi trineo. Mi antiguo cochero ya estaba de rodillas en el centro del trineo vacío, pero, al verme, se quitó su enorme gorra permitiendo al viento revolverle con furia los cabellos y me pidió una propina.

4

La nieve era cada vez más blanca y más brillante, de modo que, al mirarla, dolían los ojos. Unas vetas naranjas y rojizas se extendían en lo alto del cielo, cada vez más arriba y cada vez más brillantes; incluso el disco rojo del sol apareció en el horizonte a través de unas nubes grisáceo azuladas; el azul era cada vez más resplandeciente y más profundo. En el camino, cerca ya de la stanitsa, las huellas eran más claras, más precisas y amarillentas, y había uno que otro bache; en el aire gélido, comprimido, se percibían un frescor y una ligereza agradables.

 

 

EVOCACIÓN DEL INVIERNO RUSO

(ERMG)

 

1

Los cambios climáticos se sienten en todas partes, y en los últimos tiempos los inviernos moscovitas se suceden con poca nieve. Los rusos manifiestan preocupación porque la nieve no sólo es parte meteorológica del paisaje sino también componente esencial del alma rusa. Las más hermosas páginas de la literatura rusa hablan de nevadas, tormentas y ventiscas gélidas que arrastran copos de nieve.

2

La primera nevada nos sorprendió cuando nos dirigíamos a clases en la preparatoria. Los latinos alborozados saltábamos de alegría y extendíamos las manos para palpar y sentir la nieve. La profesora de ruso nos explicó que cada partícula de nieve es en realidad una estrella, un cristal hexagonal, lo que pudimos comprobar luego con gran asombro.

3

En mi memoria quedó grabado que la primera gran nevada de Moscú caía el siete de noviembre para la celebración de la Gran Revolución de Octubre. Pero es algo muy subjetivo.

4

Con el inicio del invierno debíamos buscar papel y pega para cerrar las rendijas de las ventanas y así evitar que el viento frío se colara en los cuartos.  Lo único que quedaba libre de papel y pegamento era la "fortochka" (ventanilla) para ventilar de vez en cuando y usarla como nevera al colgar en una bolsa hacia la calle los alimentos y las cervezas. Estas últimas podían congelarse si las dejábamos mucho tiempo.

5

Más de una vez nos resbalamos y nos dimos fuertes golpes. Para evitar esos accidentes en las mañanas aparecían brigadas esparciendo arena por los caminos, al mismo tiempo que quitaban la nieve y la colocaban hacia los lados, formando cúmulos a veces muy altos.

Recuerdo también a hombres montados sobre los techos de los edificios para quitar los "sosulki" (carámbanos) o pedazos de hielos colgantes, cuyo desprendimiento podía provocar daño sobre las testas de los transeúntes desprevenidos.

6

En diciembre, sobre todo en plena celebración del año nuevo, era costumbre salir a la calle y revolcarse en la nieve. Claro está: con unas cuantas copas de vodka en el pecho.

7

En una ocasión salí a la calle, luego de bañarme, con el cabello mojado. Al llegar al salón de clases la profesora me regañó al notar que tenía hielo en la cabeza. Puede ser muy peligroso, me dijo.

8

En los primeros años como parte de la clase de deportes nos enseñaron a esquiar. A duras penas aprendimos a mantenernos en pie y a deslizarnos placenteramente, sobre todo en las bajadas, pero nunca nos sentimos preparados como para participar en una competencia. El sentido del ridículo siempre fue superior a cualquier anhelo del ego.

9

Una vez llegue tarde a una clase de otorrinolaringología. Allí el jefe de la cátedra y los profesores eran muy estrictos. Me cerraron la puerta en las narices y no me dejaron entrar. Argumenté que por la nevada me retrasé; me respondieron que ya era hora de acostumbrarse a la nieve, y pasaron la llave para no alargar la conversación. Aprendí la lección, no la de la materia de ese día, sino la de la vida.

10

Al llegar al hospital nuestros profesores nos enseñaron que la pleuresía produce un sonido, detectable con el fonendoscopio, semejante al que provoca el roce de los zapatos con la nieve. Ese crujido lo recuerdo perfectamente y fue de gran ayuda al inicio de mi práctica médica en sitios donde la radiografía no había llegado todavía.

11

En una ocasión nos correspondió ver una materia en un hospital lejano, y casi siempre el autobús era conducido por un chofer anciano que no soltaba el micrófono para hacer comentarios de todo tipo. Una vez estaba cayendo una fuerte nevada; el viejito golpeó el aparato con sus dedos y dijo: ¡¡Oh!! Qué buen tiempo hace, como para estar en la casa, ¡tomar té con limón y ver la nieve por la ventana!

12

Nos despertaba el himno nacional soviético a las seis de la mañana. Acostumbraba, al levantarme, dirigirme a la ventana para contemplar los arabescos que la helada nocturna teje sobre los vidrios. Esos dibujos misteriosos me proporcionaban sosiego porque pensaba que la nevada de la noche plasma sus trazos en medio de la soledad y el silencio para mostrar la perfecta armonía de la naturaleza.

13

Afuera los gorriones picoteaban la nieve fresca como mirándose sobre su faz límpida.  Allá, las cornejas, esos pajarracos negros y sombríos, se disputaban un desperdicio.  Los pasos de los transeúntes apurados se alternaban con el crujir de las palas de las mujeres que limpiaban las veredas.  Más allá, el bosque de abedules inmóviles, bajo una ráfaga menuda de nieve, configuraba un paisaje desolador.

 

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