LA
TORMENTA DE NIEVE (1856)
Edgardo
Rafael Malaspina Guerra
Con
este relato de Tolstói he evocado el invierno ruso. La nieve es parte de la
vida de los rusos y por lo tanto de su literatura. En esta narración los
viajeros se desplazan por los senderos nevados, los caballos se desorientan
ante la tormenta que hace desaparecer los caminos. La noche es borrascosa y el
viento frío golpea los rostros. El
héroe, sin embargo, se duerme y sueña con la muerte.
PÁRRAFOS:
1
Apenas
habíamos dejado atrás las oscuras siluetas de los molinos —uno de ellos movía torpemente
sus enormes aspas cuando me di cuenta de que el camino se volvía más difícil,
había más nieve acumulada, el viento me golpeaba con mayor fuerza por el lado
izquierdo, hacía ondear las colas y las crines de los caballos de ese lado y,
tozudo, hacía revolotear la nieve que levantaban los patines del trineo y las
pezuñas de los caballos.
2
La
tempestad era cada vez más fuerte y la nieve caía seca y menuda; tuve la
sensación de que comenzaba a helar: acusaba mucho más el frío en la nariz y en
las mejillas, con mayor frecuencia sentía correr por debajo de mi grueso abrigo
de piel una corriente de aire helado y tenía la necesidad de arroparme. De
cuando en cuando, el trineo chocaba ligeramente contra una dura capa de hielo
de la que el viento había barrido la nieve.
3
La
tormenta era tan fuerte que yo, a duras penas, completamente encorvado y
sujetando con ambas manos los faldones de mi capote, pude, sobre la nieve
blanda que el viento barría de debajo de mis pies, dar esos cuantos pasos que
me separaban de mi trineo. Mi antiguo cochero ya estaba de rodillas en el
centro del trineo vacío, pero, al verme, se quitó su enorme gorra permitiendo
al viento revolverle con furia los cabellos y me pidió una propina.
4
La
nieve era cada vez más blanca y más brillante, de modo que, al mirarla, dolían
los ojos. Unas vetas naranjas y rojizas se extendían en lo alto del cielo, cada
vez más arriba y cada vez más brillantes; incluso el disco rojo del sol
apareció en el horizonte a través de unas nubes grisáceo azuladas; el azul era cada
vez más resplandeciente y más profundo. En el camino, cerca ya de la stanitsa,
las huellas eran más claras, más precisas y amarillentas, y había uno que otro
bache; en el aire gélido, comprimido, se percibían un frescor y una ligereza
agradables.
(ERMG)
1
Los cambios climáticos se sienten en todas partes, y
en los últimos tiempos los inviernos moscovitas se suceden con poca nieve. Los
rusos manifiestan preocupación porque la nieve no sólo es parte meteorológica
del paisaje sino también componente esencial del alma rusa. Las más hermosas
páginas de la literatura rusa hablan de nevadas, tormentas y ventiscas gélidas
que arrastran copos de nieve.
2
La primera nevada nos sorprendió cuando nos
dirigíamos a clases en la preparatoria. Los latinos alborozados saltábamos de
alegría y extendíamos las manos para palpar y sentir la nieve. La profesora de
ruso nos explicó que cada partícula de nieve es en realidad una estrella, un
cristal hexagonal, lo que pudimos comprobar luego con gran asombro.
3
En mi memoria quedó grabado que la primera gran
nevada de Moscú caía el siete de noviembre para la celebración de la Gran
Revolución de Octubre. Pero es algo muy subjetivo.
4
Con el inicio del invierno debíamos buscar papel y
pega para cerrar las rendijas de las ventanas y así evitar que el viento frío
se colara en los cuartos. Lo único que
quedaba libre de papel y pegamento era la "fortochka" (ventanilla)
para ventilar de vez en cuando y usarla como nevera al colgar en una bolsa
hacia la calle los alimentos y las cervezas. Estas últimas podían congelarse si
las dejábamos mucho tiempo.
5
Más de una vez nos resbalamos y nos dimos fuertes
golpes. Para evitar esos accidentes en las mañanas aparecían brigadas
esparciendo arena por los caminos, al mismo tiempo que quitaban la nieve y la
colocaban hacia los lados, formando cúmulos a veces muy altos.
Recuerdo también a hombres montados sobre los techos
de los edificios para quitar los "sosulki" (carámbanos) o pedazos de
hielos colgantes, cuyo desprendimiento podía provocar daño sobre las testas de
los transeúntes desprevenidos.
6
En diciembre, sobre todo en plena celebración del
año nuevo, era costumbre salir a la calle y revolcarse en la nieve. Claro está:
con unas cuantas copas de vodka en el pecho.
7
En una ocasión salí a la calle, luego de bañarme,
con el cabello mojado. Al llegar al salón de clases la profesora me regañó al
notar que tenía hielo en la cabeza. Puede ser muy peligroso, me dijo.
8
En los primeros años como parte de la clase de
deportes nos enseñaron a esquiar. A duras penas aprendimos a mantenernos en pie
y a deslizarnos placenteramente, sobre todo en las bajadas, pero nunca nos
sentimos preparados como para participar en una competencia. El sentido del
ridículo siempre fue superior a cualquier anhelo del ego.
9
Una vez llegue tarde a una clase de
otorrinolaringología. Allí el jefe de la cátedra y los profesores eran muy
estrictos. Me cerraron la puerta en las narices y no me dejaron entrar.
Argumenté que por la nevada me retrasé; me respondieron que ya era hora de
acostumbrarse a la nieve, y pasaron la llave para no alargar la conversación.
Aprendí la lección, no la de la materia de ese día, sino la de la vida.
10
Al llegar al hospital nuestros profesores nos
enseñaron que la pleuresía produce un sonido, detectable con el fonendoscopio,
semejante al que provoca el roce de los zapatos con la nieve. Ese crujido lo
recuerdo perfectamente y fue de gran ayuda al inicio de mi práctica médica en
sitios donde la radiografía no había llegado todavía.
11
En una ocasión nos correspondió ver una materia en
un hospital lejano, y casi siempre el autobús era conducido por un chofer
anciano que no soltaba el micrófono para hacer comentarios de todo tipo. Una
vez estaba cayendo una fuerte nevada; el viejito golpeó el aparato con sus
dedos y dijo: ¡¡Oh!! Qué buen tiempo hace, como para estar en la casa, ¡tomar
té con limón y ver la nieve por la ventana!
12
Nos despertaba el himno nacional soviético a las
seis de la mañana. Acostumbraba, al levantarme, dirigirme a la ventana para
contemplar los arabescos que la helada nocturna teje sobre los vidrios. Esos
dibujos misteriosos me proporcionaban sosiego porque pensaba que la nevada de
la noche plasma sus trazos en medio de la soledad y el silencio para mostrar la
perfecta armonía de la naturaleza.
13
Afuera los gorriones picoteaban la nieve fresca como
mirándose sobre su faz límpida. Allá,
las cornejas, esos pajarracos negros y sombríos, se disputaban un
desperdicio. Los pasos de los
transeúntes apurados se alternaban con el crujir de las palas de las mujeres
que limpiaban las veredas. Más allá, el
bosque de abedules inmóviles, bajo una ráfaga menuda de nieve, configuraba un
paisaje desolador.
No hay comentarios:
Publicar un comentario