miércoles, 29 de septiembre de 2021

LA TORMENTA DE NIEVE

 


LA TORMENTA DE NIEVE (1856)

Edgardo Rafael Malaspina Guerra

 

Con este relato de Tolstói he evocado el invierno ruso. La nieve es parte de la vida de los rusos y por lo tanto de su literatura. En esta narración los viajeros se desplazan por los senderos nevados, los caballos se desorientan ante la tormenta que hace desaparecer los caminos. La noche es borrascosa y el viento frío golpea los rostros.  El héroe, sin embargo, se duerme y sueña con la muerte.

PÁRRAFOS:

1

Apenas habíamos dejado atrás las oscuras siluetas de los molinos —uno de ellos movía torpemente sus enormes aspas cuando me di cuenta de que el camino se volvía más difícil, había más nieve acumulada, el viento me golpeaba con mayor fuerza por el lado izquierdo, hacía ondear las colas y las crines de los caballos de ese lado y, tozudo, hacía revolotear la nieve que levantaban los patines del trineo y las pezuñas de los caballos.

2

La tempestad era cada vez más fuerte y la nieve caía seca y menuda; tuve la sensación de que comenzaba a helar: acusaba mucho más el frío en la nariz y en las mejillas, con mayor frecuencia sentía correr por debajo de mi grueso abrigo de piel una corriente de aire helado y tenía la necesidad de arroparme. De cuando en cuando, el trineo chocaba ligeramente contra una dura capa de hielo de la que el viento había barrido la nieve.

3

La tormenta era tan fuerte que yo, a duras penas, completamente encorvado y sujetando con ambas manos los faldones de mi capote, pude, sobre la nieve blanda que el viento barría de debajo de mis pies, dar esos cuantos pasos que me separaban de mi trineo. Mi antiguo cochero ya estaba de rodillas en el centro del trineo vacío, pero, al verme, se quitó su enorme gorra permitiendo al viento revolverle con furia los cabellos y me pidió una propina.

4

La nieve era cada vez más blanca y más brillante, de modo que, al mirarla, dolían los ojos. Unas vetas naranjas y rojizas se extendían en lo alto del cielo, cada vez más arriba y cada vez más brillantes; incluso el disco rojo del sol apareció en el horizonte a través de unas nubes grisáceo azuladas; el azul era cada vez más resplandeciente y más profundo. En el camino, cerca ya de la stanitsa, las huellas eran más claras, más precisas y amarillentas, y había uno que otro bache; en el aire gélido, comprimido, se percibían un frescor y una ligereza agradables.

 

 

EVOCACIÓN DEL INVIERNO RUSO

(ERMG)

 

1

Los cambios climáticos se sienten en todas partes, y en los últimos tiempos los inviernos moscovitas se suceden con poca nieve. Los rusos manifiestan preocupación porque la nieve no sólo es parte meteorológica del paisaje sino también componente esencial del alma rusa. Las más hermosas páginas de la literatura rusa hablan de nevadas, tormentas y ventiscas gélidas que arrastran copos de nieve.

2

La primera nevada nos sorprendió cuando nos dirigíamos a clases en la preparatoria. Los latinos alborozados saltábamos de alegría y extendíamos las manos para palpar y sentir la nieve. La profesora de ruso nos explicó que cada partícula de nieve es en realidad una estrella, un cristal hexagonal, lo que pudimos comprobar luego con gran asombro.

3

En mi memoria quedó grabado que la primera gran nevada de Moscú caía el siete de noviembre para la celebración de la Gran Revolución de Octubre. Pero es algo muy subjetivo.

4

Con el inicio del invierno debíamos buscar papel y pega para cerrar las rendijas de las ventanas y así evitar que el viento frío se colara en los cuartos.  Lo único que quedaba libre de papel y pegamento era la "fortochka" (ventanilla) para ventilar de vez en cuando y usarla como nevera al colgar en una bolsa hacia la calle los alimentos y las cervezas. Estas últimas podían congelarse si las dejábamos mucho tiempo.

5

Más de una vez nos resbalamos y nos dimos fuertes golpes. Para evitar esos accidentes en las mañanas aparecían brigadas esparciendo arena por los caminos, al mismo tiempo que quitaban la nieve y la colocaban hacia los lados, formando cúmulos a veces muy altos.

Recuerdo también a hombres montados sobre los techos de los edificios para quitar los "sosulki" (carámbanos) o pedazos de hielos colgantes, cuyo desprendimiento podía provocar daño sobre las testas de los transeúntes desprevenidos.

6

En diciembre, sobre todo en plena celebración del año nuevo, era costumbre salir a la calle y revolcarse en la nieve. Claro está: con unas cuantas copas de vodka en el pecho.

7

En una ocasión salí a la calle, luego de bañarme, con el cabello mojado. Al llegar al salón de clases la profesora me regañó al notar que tenía hielo en la cabeza. Puede ser muy peligroso, me dijo.

8

En los primeros años como parte de la clase de deportes nos enseñaron a esquiar. A duras penas aprendimos a mantenernos en pie y a deslizarnos placenteramente, sobre todo en las bajadas, pero nunca nos sentimos preparados como para participar en una competencia. El sentido del ridículo siempre fue superior a cualquier anhelo del ego.

9

Una vez llegue tarde a una clase de otorrinolaringología. Allí el jefe de la cátedra y los profesores eran muy estrictos. Me cerraron la puerta en las narices y no me dejaron entrar. Argumenté que por la nevada me retrasé; me respondieron que ya era hora de acostumbrarse a la nieve, y pasaron la llave para no alargar la conversación. Aprendí la lección, no la de la materia de ese día, sino la de la vida.

10

Al llegar al hospital nuestros profesores nos enseñaron que la pleuresía produce un sonido, detectable con el fonendoscopio, semejante al que provoca el roce de los zapatos con la nieve. Ese crujido lo recuerdo perfectamente y fue de gran ayuda al inicio de mi práctica médica en sitios donde la radiografía no había llegado todavía.

11

En una ocasión nos correspondió ver una materia en un hospital lejano, y casi siempre el autobús era conducido por un chofer anciano que no soltaba el micrófono para hacer comentarios de todo tipo. Una vez estaba cayendo una fuerte nevada; el viejito golpeó el aparato con sus dedos y dijo: ¡¡Oh!! Qué buen tiempo hace, como para estar en la casa, ¡tomar té con limón y ver la nieve por la ventana!

12

Nos despertaba el himno nacional soviético a las seis de la mañana. Acostumbraba, al levantarme, dirigirme a la ventana para contemplar los arabescos que la helada nocturna teje sobre los vidrios. Esos dibujos misteriosos me proporcionaban sosiego porque pensaba que la nevada de la noche plasma sus trazos en medio de la soledad y el silencio para mostrar la perfecta armonía de la naturaleza.

13

Afuera los gorriones picoteaban la nieve fresca como mirándose sobre su faz límpida.  Allá, las cornejas, esos pajarracos negros y sombríos, se disputaban un desperdicio.  Los pasos de los transeúntes apurados se alternaban con el crujir de las palas de las mujeres que limpiaban las veredas.  Más allá, el bosque de abedules inmóviles, bajo una ráfaga menuda de nieve, configuraba un paisaje desolador.

 

martes, 28 de septiembre de 2021

RELATOS DE SEBASTOPOL

 


RELATOS DE SEBASTOPOL (1855)

Edgardo Rafael Malaspina Guerra

“El héroe de mis relatos, aquel a quien amo con todas las fuerzas de mi espíritu; el que he tratado de reproducir con toda su hermosura; el que ha sido y es y será siempre bello, ¡es la verdad!”

 

I

Son tres relatos relacionados con la Guerra de Crimea (1853-1856): Sebastopol en diciembre, Sebastopol en mayo y Sebastopol en agosto de 1855.

II

La guerra de Crimea fue un conflicto que entre 1853 y 1856 libraron el Imperio ruso y el Reino de Grecia contra una liga formada por el Imperio otomano, Francia, el Reino Unido y el Reino de Cerdeña.

III

 En estos relatos hay muchas alusiones a la Medicina de guerra con sus heridos y los auxilios que se prestaban en la época .En la guerra de Crimea se hicieron famosos dos personajes importantes en la Historia de la Medicina :la inglesa Florence Nightingale (1820-1910), precursora de la enfermería profesional y el ruso Nicolai Pirogov (1810-1881)fundador de la cirugía de campaña.(Anexos).

IV

Para Tolstói es importante esta experiencia que luego utilizara en la elaboración de la Guerra y la paz. Especialmente lo referente a los reportes del frente de batalla. (Anexos)

V

PÁRRAFOS

 

DICIEMBRE 1854

1

El crepúsculo matutino colorea el horizonte hacia el monte, Sapun; la superficie del mar, azul obscura, va, surgiendo de entre las sombras, de la noche y sólo espera el primer rayo de sol para cabrillear alegremente; de la bahía, cubierta de brumas, viene frescachón el viento; no se ve ni un copo de nieve; la tierra está negruzca, pero, la escarcha hiere el rostro y cruje bajo los pies.

2

Aquí, un pelotón de soldados que va a relevar a los centinelas; oyese el ruido metálico de sus fusiles; un médico, que se dirige apresuradamente hacia su hospital…

3

Extremidad fantasma:

¿Dónde estás herido? -interrogáis con timidez a un veterano de rostro demacradísimo que se halla sentado sobre un lecho, y cuya cordial mirada os viene siguiendo y parece, invitaros a que os aproximéis a él. Y digo que habéis preguntado con timidez, porque la vista del que sufre, inspira no tan sólo viva piedad, sino yo no sé qué temor de molestarlo, unido a profundo respeto.

-En el pie -responde el soldado, y, no obstante, reparáis bajo los pliegues de la ropa que la pierna le fue cortada por bajo de la rodilla. ¡Gracias a Dios-añade,- me darán el alta!

¿Dónde te duele ahora?

-Nada me duele ya. Sólo a veces en la pantorrilla, cuando hace, mal tiempo: fuera de eso, nada.

4

Los médicos, las amputaciones:

Y ahora, si vuestros nervios son firmes, entrad allí abajo, a la Izquierda. Es la sala de las operaciones y de las curas. Hallaréis a los médicos con el rostro pálido y serio, y los brazos ensangrentados hasta el codo, Junto al lecho de un herido, que tumbado, con los ojos abiertos, delira, bajo la influencia del cloroformo pronunciando frases entrecortadas, sin interés las unas, las otras lastimeras. Los médicos atienden a su faena repulsiva pero bienhechora: la amputación.

Veréis la hoja curva y tajante introducirse en la carne sana y blanca, y al herido volver en sí súbitamente con desgarradores gritos e impresiones, y al ayudante arrojar en un rincón el brazo amputado, mientras que aquel otro herido que desde su camilla presencia la operación, tuércese y gime, más a impulsos del martirio moral por la espera producido, que del sufrimiento físico que ha de soportar.

5

El verdadero rostro de la guerra:

Contemplaréis escenas espantosas, angustiosísimas; veréis la guerra sin el correcto y lucido

alineamiento de las tropas, sin músicas, sin redoblar de tambores, sin estandartes flameando al viento, sin Generales caracoleando sobre sus corceles; la veréis tal y como es, ¡en la sangre, en los sufrimientos, en la muerte !

 

MAYO

1

Heridos:

La gran sala, sombría y de elevado techo, iluminada solamente por cuatro o cinco bujías que los médicos transportaban para examinar a los pacientes, estaba, tal como suena, atestada de gente. Los camilleros traían sin cesar nuevos heridos y los depositaban uno junto a otro en tierra; la prisa era tal, que los infelices se empujaban, bañándose en la sangre de sus vecinos. Charcos de ella se estancaban en los huecos vacíos; la respiración febril de algunos centenares de hombres, el sudor de los portadores de heridos, desprendía de sí una atmósfera pesada, espesa, pestífera, en la que ardían sin brillo las bujías encendidas en diferentes puntos de la sala; sentíase murmullo confuso de gemidos, suspiros, ronquidos, que gritos penetrantes interrumpían.

2

El trabajo de los médicos bajo la luz de las teas:

Los médicos, con las mangas remangadas, arrodillados ante los heridos, bajo la luz de las teas que sus ayudantes sostenían, examinaban y sondaban las heridas sin hacer caso de los gritos espantosos y de las súplicas de los pacientes. Sentado sobre una manta junto a la puerta un mayor inscribía el número 532.

3

Diagnósticos en latín :

-Ivan Bogosef, fusilero, de la 3º compañía, del regimiento, de C.… fractura femuris complicata -gritaba al otro extremo de la sala uno de los cirujanos, mientras curaba una pierna rota- ¡Volvedle!

-¡Ay, ay! padres míos -murmuraba roncamente el soldado, suplicando que lo dejaran tranquilo.

-Perforatio capitis. Simón Neferdof, teniente coronel del regimiento N. Tenga usted un poco de paciencia, coronel; no hay medio... tendré que dejarle a usted ahí -decía un tercero que sondaba con una especie de corchete en la cabeza al desventurado oficial.

-¡En nombre del Cielo, concluya usted de una vez!

-Perforatio pectoris. Sebastián Sereda, de infantería, ¿qué regimiento? Por lo demás es inútil; no lo inscriba usted, moritur. Llevárselo añadió el médico alejándose del moribundo, que con la vista vidriosa y extraviada agonizaba ya.

Unos cuarenta soldados camilleros esperaban su carga a la puerta: de vivos enviados al hospital y de muertos a la capilla. Aguardaban silenciosos, y a veces escapábaseles algún suspiro, mientras contemplaban aquel cuadro.

4

Un herido se confiesa:

El herido en la cabeza, sintió violentísimo dolor.

-¡ Señor, perdona mis pecados! -murmuró juntando las manos. Trató de levantarse y volvió a caer desvanecido, de cara al suelo. Su primera sensación, cuando tornó en sí, fue la de la sangre que le brotaba de la nariz.

5

Cuerpos mutilados:

Centenares de cuerpos mutilados entre arroyos de sangre, que dos horas atrás hallábanse aún llenos de esperanzas y de voluntad, ya sublime o ya mezquina, yacían, rígidos los miembros en el barranco florido y bañado de rocío que separa el baluarte de la trinchera, o sobre el suelo compacto de la capillita de los muertos en Sebastopol; los secos labios de todos aquellos hombres murmuran plegarias, maldiciones o gemidos; se incorporan y se retuercen; abandonados los unos entre los cadáveres de la florida hondonada, los otros en las camillas, las camas y el piso húmedo de la ambulancia. A pesar de esto, el cielo, como en los días anteriores, enciéndese de luz boreal hacia el monte Sapun; palidecen las temblorosas estrellas; blanca neblina se eleva sobre el oleaje sombrío y quejumbroso del mar.

6

Habar o callar:

He dicho todo, cuanto quería decir, por lo menos esta vez; pero duda penosísima viene a agobiarme. Tal vez hubiera, sido mejor callar, pues quizá lo que dije esté en el número de las verdades perniciosas, obscuramente sepultadas en el alma de cada cual, y que para proseguir siendo inofensivas no deben ser reveladas, así como no hay que agitar el vino viejo por miedo de que los pozos no se revuelvan y suban y el líquido se enturbie.

7

El héroe de los relatos:

¿ Dónde, pues, veremos en este relato el mal que es preciso evitar y el bien hacia que debemos

tender? ¿Dónde está el traidor? ¿Dónde el héroe?

Todos son buenos y todos son malos. No serán Kaluguin con su valor brillante, su arrojo caballeresco y su vanidad, principal motor de todas sus acciones... ni Praskimin, nulo e inofensivo a pesar de haber caído en el campo de batalla por la fe, el trono y la patria... mi Mikhailof, tan tímido; ni Pesth, aquella criatura sin convicciones y sin sentido moral, quienes puedan pasar por desleales o por héroes.

No; el héroe de mis relatos, aquel a quien amo con todas las fuerzas de mi espíritu; el que he tratado de reproducir con toda su hermosura; el que ha sido y es y será siempre bello, ¡es la verdad!

AGOSTO 1855

1

El olor de los hospitales:

Al entrar en la primera sala, provista de camas en las que había heridos, les impresionó el olor pesado y nauseabundo particular de los hospitales; dos hermanas de la caridad vinieron a su encuentro; una, de cincuenta años de edad próximamente y de severa fisonomía, llevaba en las manos un paquete de vendajes e hilas y daba órdenes a un practicante muy joven que la seguía; la otra, linda joven de, veinte años, tenía el rostro de rubia, pálida y delicada.

ANEXOS

PIROGOV, EL GENIO RUSO DE LA CIRUGÍA

 

1

Nikolái Pirogov (1810-1881) , genio ruso de la Medicina,  fundador de la cirugía de campaña, uno de los primeros en usar el éter como anestesia, legó su nombre a varios tipos de cirugías y formaciones anatómicas ( Amputación de Pirogov, Triangulo de Pirogov en el cuello, etc.)

2

Su vida se confunde con la leyenda: su famoso atlas de Anatomía Topográfica se le ocurrió cuando observó a los carniceros haciendo cortes con hachas en carne de cochino congelada. Notó que de esa manera es más fácil distinguir las estructuras anatómicas. Congeló cadáveres en la morgue y luego les hizo diferentes tipos de cortes.

3

En la Guerra de Crimea (1853-1856) Pirogov organizó la atención sanitaria del ejército ruso con enfermeras voluntarias  (Exaltación de la Santa Cruz), similar a la que estaba organizando Florence Nightingale de lado británico.

 La fama de Pirogov en esa contienda bélica era tanta por sus cirugías rápidas (amputaciones en dos minutos por las limitaciones de la anestesia de la época) que una vez le llevaron a un soldado decapitado  “para que le ponga la cabeza en su lugar y pueda volver, lo más pronto posible, al frente”.

 

4

En 1862 Garibaldi fue herido. Le querían amputar una pierna. Médicos italianos, franceses e ingleses atendían a Garibaldi. No sabían dónde estaba la bala. Muchos afirmaban que el proyectil ya había salido. Pirogov viajó a Italia para examinar al famoso militar. En una época cuando no existían los rayos X, Pirogov estableció que la bala estaba todavía en la pierna, predijo cuándo y por dónde sería expulsada la bala; y de esa manera le salvó la pierna.

5

Visité en Vinnitsa la casa museo de Pirogov. Allí están su consultorio, su farmacia, sus instrumentos y libros. En la cripta de la iglesia está el cadáver de Pirogov embalsamado.

 

6

Una vez conversé con el poeta Enrique Mujica. Entre varios temas le hablé de Pirogov. Al tiempo me trajo su libro más reciente, llamado “Cartel de feria”. Es una serie de relatos curiosos y breves. Allí Mujica escribió sobre “El venerable”, en clara referencia a Pirogov:

“Se cuenta como de entre las mismas raíces de la ignorancia, de la feraz historia de la penumbra humana, de un médico ruso que anduvo amputando y cosiendo rotos en la guerra de Crimea. Que había alcanzado tal notoriedad de sabio, de curador de todo, tal un mimo Dios, que los hombres en sus manos dejaban de temer a la muerte por atroces que fueran sus estragos. El caso que lo pontifica es aquel en el que le trajeron en una carreta unos campesinos. El venerable le preguntó por la cabeza, entre otros intereses. Ellos le dijeron,  con grande paciencia, considerando en poco la falta, que venía detrás, no lejos, en otra carreta de posta”.

 

CRITICA DE TOLSTÓI A LOS REPORTES DE GUERRA

Tolstoi critica los reportes que se hacen luego de una batalla; y esto lo hace como artista, como historiador y también como militar: cada bando describe el combate desde su punto de vista; pero no sólo eso: en mismo bando hay divergencias en la manera cómo vieron los acontecimientos bélicos porque el furor de las acciones no permiten tener una imagen exacta de los hechos. En todo esto siempre hay una mentira, la cual  “obedece a la necesidad de describir en algunas palabras la acción de millares de hombres situados en varios kilómetros de extensión, quienes se hallan en un estado de violenta excitación, bajo la influencia del miedo, de la vergüenza y de la muerte”.

Después de un combate el comandante del mismo les pide un reporte a sus jefes de tropas. Con estos reportes se redacta el informe oficial general, el cual resulta una gran mentira porque cada soldado recuerda su participación de manera distorsionada. Por otro lado, es imposible durante un combate ejecutar al pie de la letra las órdenes del general en jefe.

Tolstoi habla con fundamento: en su juventud fue a la guerra como militar en el Cáucaso, luego a Crimea, en el sitio de Sebastopol, donde se batió como capitán de Artillería y le fue encomendada la misión de redactar el informe final de la toma de la ciudad basándose en los más de veinte reportes que le entregaron.

 

 

 

 

jueves, 9 de septiembre de 2021

LA MUERTE DE IVÁN ILICH

 


LA MUERTE DE IVÁN ILICH (1886)

Edgardo Rafael Malaspina Guerra

( Iván Ilich desconocía la afirmación socrática de que “vivir es prepararse para morir”.  Iván Ilich había vivido de manera inauténtica. Eso lo supo cuando se enteró de su pronto final. Empezaba así su vida auténtica, según lo entendía Martín Heidegger.)

 

I

La muerte de Iván Ilich (publicado en 1886, pero escrito entre 1882 y 1886 ) es una revisión de nuestras vidas ante la muerte inminente. Como escribió Cervantes: “El que está para morir suele decir verdades”. Iván Ilich se pregunta si ha vivido correctamente.

II

Schopenhauer afirmó que la muerte es la fuente primigenia de la filosofía, por eso este relato de Tolstói fluye como un discurso filosófico y no religioso como en sus otras obras. Cada uno debe enfrentar el miedo a la muerte en soledad y a su manera.

III

Los colegas de Iván Ilich Golovin al enterarse de su pronto final se preguntan qué beneficios les puede suponer ese hecho en materia laboral: la muerte es una tragedia muy personal. Los demás pueden actuar de manera egoísta como creyendo que jamás estarán en un ataúd.

“Quien no se conmueve ante el dolor humano no tiene entrañas. Quien no filosofa ante un cadáver no tiene entendimiento”. (Letamendi)

IV

Iván Ilich se cae de una escalera, luego de lo cual enferma. Un dolor en un costado le molesta. No hay una precisión diagnóstica, aunque algunos investigadores se aventuran y hablan de un cáncer de riñón. No obstante, en la novela hay indicios de una patología oncológica del tracto gastrointestinal. Todo lo que sube, baja: Iván había ascendido a la cima de la escalera laboral, por lo tanto, se iniciaba el declive.

V

Iván Ilich Mechnikov , procurador de Tula y hermano del gran investigador Ilia Mechnikov , es el prototipo del personaje principal. Iván Mechnikov   cuando enfermó gravemente solía hablar de la esterilidad de su vida. Eso inspiró esta historia de Tolstói.

 Ilia Mechnikov afirmaba que nadie había descrito el temor a la muerte como Tolstói en esta novela.

VI

Vladimir Nabokov dijo: “Esta historia es la obra más brillante, perfecta y compleja de Tolstói”.

Chaikovski escribió: “Leí La muerte de Iván Ilich. Más que nunca estoy convencido de que el más grande de todos los antiguos escritores-artistas de todos los tiempos es L. N. Tolstói. Su solo nombre es suficiente para que un ruso no se doblegue avergonzado cuando calcule todas las grandes cosas que Europa le ha dado a la humanidad”.

“Todo médico de cualquier especialidad debe leer atentamente esta historia, porque no existe una más contundente en la literatura mundial sobre este tema. ​​Esos abismos de horror y duda que están viviendo los pacientes con cáncer se abrirán ante él "(A. T. Lidsky).

La muerte de Iván Ilich es el libro tibetano de los muertos. (Vladislav Otroshenko).

“Con est novela Tolstói hace que todos nos preguntemos: ¿Es así como uno muere? Sin la enfermedad, Iván Ilich, espíritu ordinario, realmente no tendría ningún relieve, ninguna consistencia. Es ella quien, al destruirlo, le confiere una dimensión de ser. Lo único que quedará de tantos años serán las pocas semanas de sufrimiento en que la enfermedad le habrá revelado realidades antes insospechadas. La verdadera vida empieza y se termina con la agonía, tal es la enseñanza de la experiencia de Iván Ilich”. (Cioran en “El más antiguo de los miedos” , en el libro  “La caída en el tiempo”, 1966)

Pero un hermano de Tolstói bromeó: “Todos te elogian porque descubriste que la gente muere, como si no supieran eso sin ti”.

VII

Este es un libro ruso de los muertos para que aprendamos a morir. Iván Ilich tiene dolores físicos y morales. Tiene diálogos internos y se pregunta si le llegó el fin. Llora porque cree que Dios   lo castiga injustamente o puede ser que Dios no existe. Iván quiere que alguien lo consuele. Siente que hay hipocresía cuando le dicen que todo saldrá bien, porqué el sospecha que no haya salida.

VIII

Todos son Iván cuando se encuentra en ese callejón sin salida. Sienten la indiferencia de sus seres queridos hacia su tragedia:  hasta su hija no entiende o no quiere entender lo que le sucede y continúa su vida como si nada. Luego, en el velorio la gente habla de otras cosas (como en cualquier velorio del mundo).

Párrafos:

1

Más allá de los barruntos sobre los traslados y posibles promociones que de esa muerte podrían derivarse, el deceso de un conocido cercano no suscitó en ninguno de ellos, como suele ser el caso, más que un sentimiento de alegría, pues había sido otro quien había pasado a mejor vida.

2

La familia entera gozaba de buena salud, pues no se podría calificar de enfermedad el hecho de que Iván Ilich se quejara a veces de tener mal sabor de boca o de que algo le molestaba en el lado izquierdo del vientre.

3

Pero el caso es que esas molestias fueron aumentando y acabaron transformándose, si no en un acceso de dolor, sí en una sensación de peso constante en el costado que le ponía de mal humor. Ese mal humor, que no dejaba de crecer y crecer, empezó a arruinar el encanto de esa vida tan despreocupada y decorosa que la familia Golovin se había creado.

4

Así lo hizo Iván Ilich. Y todo resultó como había esperado; todo se resolvió como se resuelven siempre tales asuntos: la espera, esa prepotencia afectada y doctoral que Iván Ilich conocía tan bien, pues era la misma que él exhibía en el tribunal; la auscultación, la percusión, las preguntas que exigían respuestas determinadas de antemano y meridianamente inútiles, y ese aire de importancia que parecía insinuar: « Bueno, no tiene usted más que someterse a nuestra voluntad y nosotros nos ocuparemos de todo; sabemos con certeza cómo se arreglan estas cosas, siempre de la misma manera, se trate de quien se trate» . Todo era exactamente igual que en el tribunal.

5

El médico le dijo: « Esto y lo otro indican que en el interior de su organismo pasa esto y lo otro; en cualquier caso, si el examen de esto y lo otro no lo confirma, habrá que suponer que tiene usted esto y lo otro. Y si suponemos esto y lo otro, entonces…» . Y así sucesivamente. A Iván Ilich solo le importaba una cuestión: ¿revestía gravedad su caso o no? Pero el médico se desentendía de esa pregunta tan fuera de lugar. Desde su punto de vista, era algo tan irrelevante que ni siquiera merecía la pena tenerlo en cuenta. Lo único que importaba era la consideración de las probabilidades: un riñón flotante, un catarro intestinal de carácter crónico o una afección del intestino ciego.

6

La vida de Iván Ilich no entraba aquí en consideración, solo se trataba de decantarse por el riñón flotante o por el intestino ciego. Y en opinión de Iván Ilich el médico resolvió la cuestión de un modo brillante a favor del intestino ciego, haciendo la salvedad de que el análisis de orina podía proporcionar nuevos indicios y entonces habría que reconsiderar el diagnóstico. La misma actuación, punto por punto, que Iván Ilich había escenificado miles de veces delante de los acusados con no menos maestría. Idéntico magisterio desplegó a la hora de trazar el resumen y, con expresión triunfante, incluso alegre, echó un vistazo por encima de las gafas a su paciente. A partir de ese resumen Iván Ilich sacó la conclusión de que la cosa era grave y de que esa circunstancia le traía sin cuidado al médico, y probablemente al resto del mundo. Pero para él se trataba de algo serio.

7

—Supongo que nosotros, los enfermos, solemos hacer preguntas inconvenientes. Pero me gustaría saber si mi caso reviste gravedad.

El médico le lanzó una mirada severa, con un solo ojo, a través de los lentes, como diciendo: « Si el imputado no se limita a responder a las preguntas que se le formulan, me veré obligado a ordenar su expulsión de la sala» .

—Ya le he dicho lo que considero necesario y oportuno —respondió el médico—. Habrá que esperar a ver qué dicen los análisis.

8

Después de la consulta, sus principales ocupaciones consistieron en el riguroso cumplimiento de las reglas relativas a la higiene personal que el médico le había impuesto, la toma de los medicamentos y una suerte de atención reconcentrada por cualquier síntoma de su dolor y por todas las funciones de su organismo.  Iván Ilich fue interesándose más y más por las enfermedades y la salud de los seres humanos. Cuando se hablaba en su presencia de enfermos, de muertos, de pacientes restablecidos y, sobre todo, de enfermedades que se parecieran a la suya, aguzaba el oído, aunque procuraba ocultar su emoción, hacía preguntas y establecía comparaciones con su propio mal.

9

La lectura de libros de medicina y la consulta a diversos facultativos contribuyeron a agravar su situación. Ese agravamiento seguía un ritmo tan uniforme que podía engañarse comparando una jornada con otra, y a que las diferencias eran mínimas. Pero cuando consultaba a los médicos tenía la impresión de que su situación empeoraba, y además a marchas forzadas. En cualquier caso, no dejaba de requerir su dictamen.

10

Un amigo de un amigo, médico excelente, le ofreció un diagnóstico totalmente distinto y, aunque prometió curarle, lo cierto es que con sus preguntas y suposiciones solo consiguió turbarle aún más y aumentar sus dudas. Un homeópata se decantó por una tercera enfermedad y le dio una medicina que Iván Ilich tomó a escondidas durante una semana. Al cabo de ese tiempo, al no haber constatado mejoría alguna, perdió su confianza tanto en los medicamentos anteriores como en el nuevo y cayó en un estado de abatimiento aún más profundo. Un día una señora conocida relató la historia de un hombre que se había curado gracias a unos iconos.

11

¡Basta ya de vacilaciones!» . Era fácil decirlo, pero imposible ponerlo en práctica. El dolor en el costado seguía atormentándolo, parecía como si se hubiera recrudecido, como si se hubiera vuelto constante; tenía un gusto en la boca cada vez más extraño, se figuraba que de su boca salía un olor repugnante, su apetito y sus fuerzas disminuían. No era posible engañarse: en su interior se estaba produciendo algo terrible, nuevo y más decisivo que cualquier otra cosa que le hubiera pasado en la vida.

12

¿Saben ustedes que Iván Ilich, como les sucede a todas las personas bondadosas, no puede seguir a rajatabla las prescripciones del médico? Hoy se pone las gotas, sigue su régimen y se acuesta a la hora debida; pero mañana, si no estoy y o pendiente, se olvidará de lo primero, comerá esturión (que tiene terminantemente prohibido) y se quedará jugando al whist hasta la una de la madrugada.

13

-« Y cuando ya no exista, ¿qué quedará? No quedará nada. ¿Y dónde estaré cuando ya no exista? ¿Es posible que sea la muerte? No, no quiero.» Se levantó de un salto, tanteó la mesilla con manos temblorosas en busca de la vela, la tiró al suelo junto con la palmatoria y volvió a tumbarse, la cabeza sobre la almohada.

14

—. Es la muerte. Sí, la muerte. Y ninguno de ellos lo sabe, ni quiere saberlo ni muestra compasión. Están allí tocando música.

15

Iván Ilich era consciente de que se estaba muriendo y vivía en un estado de angustia permanente.

En lo más profundo de su corazón sabía que se estaba muriendo, pero, lejos de acostumbrarse a esa situación, era incapaz de comprenderla: no le entraba en la cabeza que pudiera pasarle algo así.

16

 Cada vez dormía menos. Le administraban opio y habían empezado a ponerle inyecciones de morfina. Pero ninguna de esas sustancias le confortaba. La embotada angustia que experimentaba en su duermevela le procuró cierto alivio al principio, en cuanto que era una sensación nueva, pero pronto se volvió tan lacerante, o incluso aún más, que el dolor manifiesto.

17

Lo que más atormentaba a Iván Ilich era esa mentira —quién sabe por qué aceptada por todos— según la cual solo estaba enfermo, no moribundo; lo único que tenía que hacer era conservar la calma y curarse y todo saldría a las mil maravillas.

18

No, no me hará nada. Todo esto es una tontería, un engaño —concluyó, en cuanto sintió ese conocido sabor dulzón e inevitable—. No, y a no puedo creer en tales cosas. Pero este dolor, ¿a qué se debe? Si me dejara tranquilo al menos un instante.» Y emitió un gemido. Piotr volvió sobre sus pasos. —No, vete. Tráeme el té.

Piotr salió. Una vez solo, Iván Ilich gimió no tanto de dolor, aunque era terrible, como de angustia. « Siempre lo mismo, todos estos días y noches interminables. Si al menos viniera de una vez. Pero ¿qué es lo que tiene que venir? La muerte, la oscuridad. No, no. ¡Cualquier cosa es mejor que morir!» .

19

Iván Ilich está firmemente convencido de que todo eso es una tontería, un burdo engaño, pero cuando el médico, puesto de rodillas, se estira por encima de él, aplica la oreja, y a más arriba, y a más abajo, y, con expresión muy concentrada, ejecuta varios movimientos gimnásticos, Iván Ilich se presta a la representación como se prestaba antes a los alegatos de los abogados, aunque sabía perfectamente que todos mentían y por qué lo hacían.

20

Ese dolor ineludible y ese miedo continuo hacían que no sintiera ningún agravamiento ni mejora en su estado. Pero la situación era cada vez peor.

Volvieron a arrastrarse los minutos, y luego las horas, siempre idénticas, siempre sin fin, y el desenlace inevitable se hacía cada vez más terrible.

21

Lloraba por su impotencia, por su espantosa soledad, por la crueldad de los hombres, por la crueldad de Dios, por la ausencia de Dios.

« ¿Por qué has hecho todo esto? ¿Por qué me has llevado a esta situación?

¿Por qué me has enviado unos tormentos tan horribles? ¿Por qué…?» .

No esperaba ninguna respuesta, y lloraba precisamente porque no podía haberla. Volvieron a recrudecerse los dolores, pero no se movió, no llamó a nadie. Solo se decía: « ¡Venga, más, sigue golpeando! Pero ¿por qué? ¿Qué te he hecho y o? ¿Por qué?» .

22

Y cuanto más se alejaba de la infancia, cuanto más se acercaba al presente, más insignificantes y dudosas le parecían esas alegrías. Todo había comenzado en la Escuela de Jurisprudencia. Allí todavía había algunas cosas buenas de verdad: la alegría, la amistad, las esperanzas. Pero ya en los cursos superiores esos momentos agradables se fueron haciendo cada vez más raros. Luego, en los tiempos en que desempeñó su primer cargo en la oficina del gobernador, volvieron a aparecer esos momentos buenos.

23

Pero ¿qué había pasado? ¿Por qué? No podía ser. No podía ser que la vida fuera tan absurda y repugnante. Y si en verdad era tan absurda y repugnante, ¿por qué morir, y además sufriendo? Había algo que no cuadraba.

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 ¿Cabe la posibilidad de que no haya vivido como debería haberlo hecho? — Se le pasó de pronto por la cabeza—. Pero ¿cómo es posible? Si he hecho siempre lo correcto.

25

 

 

Pero, por más que reflexionaba, no hallaba ninguna respuesta. Y cuando le venía la idea —algo que le sucedía a menudo— de que todo había sucedido porque no había vivido como debería haberlo hecho, enseguida se acordaba de lo irreprochable que había sido su vida y rechazaba tan extraña idea.

26

Desde el principio mismo de la enfermedad, esos dos estados de ánimo se habían alternado. Pero, a medida que esta avanzaba, más dudosas y fantasiosas se fueron haciendo las reflexiones relativas al riñón y más real la conciencia de su inminente fin.

27

 En los últimos tiempos, sumido en esa soledad completa, tumbado de cara al respaldo del sofá, esa soledad en medio de una ciudad populosa, entre numerosos conocidos y familiares —una soledad que en ningún otro lugar podría haber sido más completa: ni en el fondo del mar, ni en rincón alguno de la tierra—, en los últimos tiempos, sumido en esa soledad terrible, Iván Ilich había vivido exclusivamente con la imaginación, recreando su pasado. Uno tras otro se representaba diversos acontecimientos de su vida. Siempre empezaba con los más cercanos en el tiempo, pero acababa remontándose a los más remotos, a los años de infancia, donde se detenía. Se acordaba de la mermelada de ciruela que le dieron a comer un día, y a continuación de las ciruelas francesas, crudas y arrugadas de su infancia, de su sabor especial y del aflujo de saliva cuando se llegaba al hueso, y, acompañando ese sabor, surgía toda una retahíla de recuerdos relacionados con aquella época: el aya, su hermano, los juguetes.

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 Y la imagen de una piedra que caía con velocidad creciente se le grabó en el corazón. La vida, una serie de sufrimientos cada vez mayores, volaba más y más deprisa hacia su fin, hacia el sufrimiento más espantoso. « Estoy volando…» . Se estremecía, se agitaba, trataba de oponerse, pero sabía que ninguna resistencia era posible, y otra vez, con ojos cansados y a de tanto mirar, aunque era incapaz de apartar la vista de lo que tenía delante, contemplaba el respaldo del sofá y esperaba esa caída terrible, el choque final y la destrucción. « Ninguna resistencia es posible —se decía—. Si al menos pudiera entender la razón de todo esto. Pero eso es también imposible. Si al menos pudiera entender la razón de todo esto. Pero eso es también imposible. Podría explicarme algo si estuviera en condiciones de decir que no he vivido como hubiera debido hacerlo. Pero eso no puedo admitirlo» , se dijo, recordando su respeto por la ley, la corrección y el decoro que habían presidido su vida. « Imposible reconocer una cosa así —se decía, apenas con un esbozo de sonrisa, como si alguien pudiera ver ese gesto y sacar una impresión equivocada—. ¡No hay explicación! El sufrimiento, la muerte… ¿Por qué?» .

29

El médico pasó a la sala e informó a Praskovia Fiódorovna de que el enfermo estaba muy mal y de que el opio era el único medio de calmar sus padecimientos, que debían de ser espantosos. Añadió que sus sufrimientos físicos eran terribles, sin duda; pero más terribles aún eran los morales, y que estos eran la principal causa de su tormento.

30

 ¿Y si en realidad toda mi vida, mi vida consciente, no ha sido “como habría debido ser”?

Se le ocurrió pensar que lo que hasta entonces había considerado una completa imposibilidad, es decir, que no había vivido como debería haberlo hecho, podía ser verdad. Y se dijo que esos leves intentos de lucha contra todo lo que la gente encumbrada consideraba bueno, que esos leves intentos de los que se había desentendido a las primeras de cambio, podían también ser verdaderos, y que todas las demás cosas podían no ser como deberían haber sido. Su trabajo, su modo de vida, su familia, los intereses mundanos y profesionales: todo eso podía no ser como fue.

31

 Y si eso es así —se dijo— y voy a abandonar la vida con la conciencia de haber destruido todo lo que me ha sido dado, sin haber sido capaz de poner remedio a nada, ¿qué será de mí?» . Se echó de espaldas y se puso a repasar toda su vida de modo completamente distinto. Esa mañana, cuando vio al criado, y después a su mujer y a su hija, y más tarde al médico, cada uno de los gestos y palabras de esas personas le habían confirmado la terrible verdad .

32

¿Qué? ¿Los sacramentos? ¿Para qué? ¡No es necesario! Sin embargo… Ella se echó a llorar.

—¿Sí, amigo mío? Llamaré a nuestro sacerdote, que es muy amable.

—Muy bien, estupendo —profirió él.

Cuando llegó el religioso y lo confesó, Iván Ilich se sosegó, tuvo la impresión de que sus dudas perdían parte de su pujanza y, en consecuencia, también sus sufrimientos, y por un instante albergó ciertas esperanzas. De nuevo se puso a pensar en el intestino ciego, en la posibilidad de que volviera a funcionar con normalidad. Comulgó con lágrimas en los ojos.

33

Nada es como debería ser. Todo aquello por lo que has vivido y sigues viviendo es una mentira y un engaño que te están ocultando la vida y la muerte . Y en cuanto esas palabras le vinieron a la cabeza, sintió una oleada de odio, acompañada de un lacerante dolor físico y de la clara conciencia de que el fin era inminente e inevitable. Se produjo una novedad en su estado: ahora las punzadas eran tan fuertes que se retorcía como si le estuvieran traspasando con un hierro, se le cortaba la respiración.

34

Y a cada instante sentía que, a pesar de los esfuerzos que hacía por oponerse, se acercaba más y más a ese desenlace que tanto le aterrorizaba. Comprendía que su tormento consistía no solo en que lo hubieran arrojado a ese agujero oscuro, sino, aún más, en que no acababa de entrar del todo en él. Se lo impedía el convencimiento de que su vida había sido ejemplar. Esa justificación de su vida era lo que le mantenía encadenado, le impedía avanzar y le atormentaba más que ninguna otra cosa.

35

De pronto una fuerza le golpeó en el pecho y en el costado, su respiración se hizo aún más afanosa, se hundió en el agujero, y una vez allí, en lo más hondo, brilló una lucecita. Era la misma sensación que había tenido a veces viajando en tren: creía ir hacia delante cuando en verdad iba hacia atrás, y de repente se daba cuenta de la verdadera dirección.

36

En ese preciso instante Iván Ilich se precipitó en el fondo del agujero, vio la luz y descubrió que su vida no había sido como habría debido ser, pero que aún estaba a tiempo de remediarlo. Se preguntó cómo debería haber sido, y a continuación guardó silencio y se quedó escuchando. Entonces se dio cuenta de que alguien le estaba besando la mano. Abrió los ojos y vio a su hijo. Y sintió pena de él. También se acercó su mujer. Iván Ilich la miró. Con la boca abierta y las lágrimas cayéndole por la nariz y las mejillas, lo contemplaba con expresión desesperada. Iván Ilich sintió pena también de ella.

37

¿Y la muerte? ¿Dónde está?

Buscó ese temor a la muerte que le había acompañado a lo largo de toda su vida y no lo encontró. ¿Dónde estaba? ¿Qué muerte era esa? Ya no albergaba ningún temor porque la muerte no existía.

En su lugar había surgido una luz.

—¡Entonces es así! —exclamó de pronto en voz alta—. ¡Qué alegría!

Todo sucedió en un instante, pero el significado de ese instante y a no cambió más. No obstante, para los presentes su agonía se prolongó aún dos horas. Su pecho emitía una especie de gorgoteo; su cuerpo demacrado se estremecía. Después los gorgoteos y los estertores se fueron espaciando.

—¡Ha terminado! —dijo alguien a su lado.

Él oyó esas palabras y las repitió en su alma. « La muerte ha terminado —se dijo—. Ya no existe.»

Tomó una bocanada de aire, se detuvo en mitad de la aspiración, extendió los miembros y se murió.

PELÍCULA

En la película “La muerte de Iván Ilich” de Igor Beliaev, inspirada en la obra homónima de Tolstói, un hombre agoniza y habla sobre su vida. Es un monólogo lleno de reflexiones filosóficas. Los papeles principales son de Nikolái Dolzhanski (Iván Ilich) y Ana Erigina (la voz que responde a las interrogantes del enfermo).

El tiempo gotea. La nieve se derrite y gotea .El hombre reflexiona que la eternidad continuará sin él. La eternidad es más terrible sin nosotros. Morimos y no estamos ni en la eternidad ni en el universo. La eternidad no tiene fin, el cual a mí me llegó.