LA
FELICIDAD CONYUGAL (1859)
Edgardo
Rafael Malaspina Guerra
I
El
amor de pareja ha evolucionado de diferentes maneras a través de distintas
épocas; no obstante, esa pasión entre un hombre y una mujer tiene sus etapas
bien delimitadas en todos los casos y en cualquier tiempo ,que pueden
desembocar en una ruptura total o en un serena relación configurada por aquello
de que la costumbre es más fuerte que el amor. De esto trata precisamente La
felicidad conyugal.
Apenas
se conocen un hombre y una mujer , empieza un periodo exploratorio donde juegan
papeles importantes la experiencia y los instintos. En La felicidad conyugal
hay una diferencia de edad entre los futuros novios y luego esposos, y esa
distancia generacional se hace sentir de alguna u otra manera.
El amor del noviazgo y de los recién casados
es el verdadero ,ingenuo e ideal. El amor del matrimonio, ya pasado algún
tiempo, es el real, pensado y sosegado; y se mantendrá si pasa la prueba de la convergencia
o divergencia de las personalidades que comparten espacios e intereses mutuos.
El primer amor pertenece a la esfera de Eros y Dionisio, el que viene luego
será menos fogoso con la aparición de los hijos, por lo tanto, es filial y
transcurre bajo la égida de Apolo. Entonces, para vencer los avatares del tedio
de los hábitos el amor debe ser creativo y reinventarse. Acostumbrarse es
empezar a no ser, dijo don Miguel de Unamuno en El sentimiento trágico de la
vida. El amor conyugal está conformado por los encuentros y los desencuentros.
II
Una
mujer (María Alexándrova, la narradora) y su tutor (Serguéi Mijáilovich) se
enamoran a pesar de la diferencia de edades. Ella sueña con ser amada por él,
mientras él tiene sus dudas precisamente por los doce años que los separan. El
noviazgo está lleno de sueños. Vendrán el matrimonio, los hijos, el hastío, las
discusiones, las paces y nuevamente las desavenencias y las reconciliaciones.
La vida aldeana los aburre, pero también la de la ciudad no será completamente
satisfactoria por los compromisos sociales. Vendrán los celos, los diálogos y
los entendimientos. Finalmente, el amor estará signado por la necesidad de
mantenerse juntos para enfrentar los retos de la vida familiar y eludir los
pasos lúgubres de la soledad.
III
La
genialidad de León Tolstói plasmada en esta novela, escrita en 1858 y publicada
en 1859, reside en que en ese entonces tenía apenas treinta años y aún no
estaba casado, y por lo tanto no tenía experiencia propia de la vida
matrimonial; no obstante, su acuciosa capacidad de observación de la vida de su
entorno social le hizo percibir con suprema agudeza los altibajos emocionales
por los que atraviesan las parejas.
Párrafos,
citas y frases:
1
Y
cada uno de mis pensamientos era un pensamiento suyo, y cada uno de mis
sentimientos era un sentimiento suyo. Entonces yo no sabía que eso era el amor,
pensaba que siempre podría ser así, que era un sentimiento que se daba porque
sí.
2
Las
dudas por la diferencia de edad:
—Dígame
la verdad, con la mano en el corazón —dijo él dirigiéndose a mí en tono
guasón—, ¿acaso no sería para usted una desgracia unir su vida a la de un hombre
viejo que ya ha vivido, que sólo tiene ganas de estar sentado, mientras que usted
sabe Dios qué quiere, ¿qué le pasa por la cabeza?
3
Las
ensoñaciones del amor:
Mi
antigua tristeza quedó atrás y dio paso a una primaveral nostalgia soñadora,
llena de esperanzas y de deseos incomprensibles.
4
Descripciones
poéticas:
Verdaderamente
era una noche como no volví a ver nunca más. La luna llena estaba sobre la casa
detrás de nosotros, de manera que no se veía, y la mitad de la sombra del
techo, los pilares y el toldo de la terraza yacían al sesgo de su luz.
-
El camino de tierra arenisca estaba claro y bañado por la plata del rocío y la
luz de la luna.
-El
ancho camino de flores, en el que a un lado se extendían oblicuas las sombras
de las dalias y de los soportes, luminoso y frío, lanzando destellos con sus
guijas irregulares, se perdía en la niebla y en la lejanía. Detrás de los
árboles se distinguía la clara techumbre del invernadero, y desde el fondo del
barranco comenzaba a levantarse una niebla creciente. Algunos deshojados
arbustos de lilas estaban iluminados hasta las ramas.
5
María
espera una declaración de amor:
Pero
¿por qué no me dirá sencillamente que me ama? —pensaba—. ¿Por qué inventa no sé
qué dificultades y dice que es viejo cuando todo es tan sencillo y tan hermoso?
¿Por qué pierde un tiempo precioso que, quizá, no vuelva jamás? Que me diga: te
amo, que me tome mi mano con su mano y oprima su cabeza contra ella y me diga:
te amo. Que se ruborice y baje los ojos delante de mí, y entonces se lo diré
todo. No, no se lo diré; lo abrazaré, me apretaré contra él y me echaré a
llorar.
6
Los
altibajos del amor:
Él
comenzó a dedicarse a sus asuntos más que antes, y yo volví a tener la
impresión de que en su alma había un mundo específico que me estaba vedado. Su
eterna tranquilidad me irritaba. No es que lo amara menos que antes, ni que
fuera menos feliz que antes con su amor; pero mi amor se estancó, ya no crecía,
y amén del amor, un sentimiento desasosegado, nuevo para mí, comenzó a infiltrarse
en mi alma. Me parecía poco amar una vez conocida la felicidad de amarlo.
7
Hastío
aldeano y sueños con la ciudad:
La
idea de que podría librarme de aquella tristeza con sólo trasladarme a la
ciudad se me ocurría una y otra vez; pero al mismo tiempo, que por mí se
alejara de todo lo que quería me hacía sentir avergonzada y mal.
8
Cambios
de humor:
Sentía
que las lágrimas me inundaban el corazón y que estaba muy enojada con él. Me
asustó mi enojo y fui a buscarlo. Lo hallé sentado en su gabinete, escribiendo.
Al oír mis pasos, me miró un instante con indiferencia, con tranquilidad, y
continuó con su escritura. No me gustó su mirada; en vez de acercarme a él, me
detuve junto a la mesa sobre la que estaba escribiendo y, tras abrir un libro,
me puse a contemplarlo. Él volvió a dejar lo que estaba haciendo y me miró.
—¡Masha!
¿Estás de mal humor? —me preguntó.
9
El
viaje a la ciudad cambia la visión sobre la vida:
Nuestro
viaje a Petersburgo, la semana que pasamos en Moscú, sus parientes y los míos,
nuestra instalación en el nuevo apartamento, el camino, las nuevas ciudades, los
rostros, todo transcurrió como en un sueño. Todo era tan distinto, tan
novedoso, tan divertido, todo era tan cálido y estaba tan nítidamente iluminado
por su presencia y su amor que la apacible vida en la aldea me pareció algo muy
lejano e insignificante.
10
La
vida social:
—¿Qué
falta me hace la vida social? —respondí—. Sólo iremos al teatro, visitaremos a
nuestros parientes, escucharemos alguna ópera y algo de buena música antes de
Semana Santa estaremos de regreso en la aldea
11
El
arrobo de la ciudad:
Pero
en cuanto llegamos a Petersburgo, nuestros planes cayeron en el olvido. Me encontré
de pronto en un mundo tan nuevo, tan dichoso, tantas alegrías me embargaron el
ánimo y tantos nuevos intereses surgieron frente a mí que de inmediato, aunque
inconscientemente, repudié mi pasado y me retracté de los planes hechos en ese
pasado.
12
Pequeñas
desavenencias:
—Has
cambiado mucho —dije suspirando—. ¿De qué soy culpable frente a ti? Si no
hubiese sido la recepción, habría sido otra cosa, algo hay en tu corazón, y
desde hace tiempo, contra mí. ¿Qué sentido tiene la falta de sinceridad? Antes
tú mismo la temías. Dímelo directamente: ¿qué tienes contra mí? «Algo dirá»,
pensaba yo recordando, ufana, que en todo el invierno no había habido nada que
pudiera reprocharme.
13
Celos:
—¿Qué
pasa? —pregunté con lágrimas de indignación en los ojos.
—Me
resulta repugnante que un príncipe te haya encontrado bonita y que por eso corras
a su encuentro, olvidándote de tu marido, de ti misma y de la dignidad de la mujer,
y que no quieras entender lo que está obligado a sentir por ti tu marido, ya
que en ti no existe el sentimiento de dignidad. Al contrario, vienes a decirle
a tu marido que «haces un sacrificio»…
14
Discusiones:
No,
no sacrificaré nada por ti —dije, sintiendo de qué manera tan poco natural se
me ensanchaban las aletas de la nariz y la sangre abandonaba mi cara—. El
sábado iré a la recepción; iré pase lo que pase.
—Y
ojalá te diviertas, pero entre nosotros todo se acabó —gritó en un arrebato de locura
incontenible—. Ya no me torturarás más. Fui un estúpido al… —empezó de nuevo,
pero sus labios se pusieron a temblar y, haciendo evidentemente un esfuerzo, se
contuvo para no terminar la frase.
15
Reconciliación:
Me
asustó el sonido de esa voz sencilla y miré tímidamente a mi marido. Sus ojos estaban
puestos en mí. Su mirada era feroz y burlona; su voz, uniforme y fría.
—Sí
—respondí.
Por
la noche, cuando nos quedamos a solas, se me acercó y me tendió la mano.
—Olvida,
por favor, cuanto te dije —me pidió.
Yo
tomé su mano; una sonrisa temblorosa se esbozó en mi cara, y las lágrimas estaban
a punto de derramarse de mis ojos, cuando él retiró su mano y, como temiendo
una escena sensiblera, se sentó en un sillón bastante alejado de mí. «¿Será posible
que siga creyendo que tiene razón?», pensé.
16
Del
amor al respeto y la prudencia:
A
partir de entonces nuestra vida cambió radicalmente, y también cambiaron nuestras
relaciones. Ya no estábamos tan bien a solas como antes. Había cuestiones que
evitábamos, y nos era más fácil hablar cuando había una tercera persona con nosotros
que cuando estábamos frente a frente. En cuanto la conversación versaba sobre
la vida en la aldea o sobre algún baile, era como si un tropel de chiquillos se
nos pusiera a correr en plenos ojos y nos resultara incómodo mirarnos. Como si
los dos sintiéramos dónde estaba el abismo que nos separaba y tuviésemos miedo
de acercarnos a él. Yo estaba convencida de que él era orgulloso y explosivo y
que había que tener cuidado para no rozar sus puntos débiles. Él estaba seguro
de que yo no podía renunciar a la vida social, de que la aldea no era lo mío y
que no quedaba más remedio que resignarse a este malhadado gusto.
17
La
vida social se hace costumbre:
La
vida social, que al principio me había ofuscado la razón con su brillo y los
halagos a mi vanidad, pronto se enseñoreó definitivamente de mis gustos, se
tornó costumbre, me puso sus grilletes y ocupó en mi alma todo el lugar
disponible para los sentimientos. Ya nunca me quedaba a solas
conmigo
misma y temía entrar a fondo en mi situación. Todo mi tiempo, desde avanzada la
mañana hasta avanzada la noche, estaba ocupado y no me pertenecía, aun si no
iba yo a ningún lado. Ya no era ni divertido ni aburrido; simplemente me parecía
que así, y no de otra manera, tenía que ser.
18
La
aburrida vida del matrimonio:
Así
transcurrieron tres años, durante los cuales nuestras relaciones permanecieron intactas,
como si se hubiesen detenido, como si se hubiesen congelado y no pudieran ni
mejorar ni empeorar. Durante esos tres años, en nuestra vida familiar
acaecieron dos sucesos importantes, pero ninguno de los dos modificó nuestra
vida. Uno fue el nacimiento de mi primer hijo, y el otro la muerte de Tatiana
Semiónovna. Al principio, el instinto maternal se apoderó de mí con tanta
fuerza y me produjo un entusiasmo grande .
19
Los
hijos traen cambios positivos en la relación matrimonial:
Mi
marido, por el contrario, a partir del momento en que nació nuestro primer hijo
volvió a ser el mismo, un dulce y apacible hombre casero, y toda su ternura y
su alegría de antaño las volcó en el bebé. A menudo cuando, ya vestida de
baile, entraba en el cuarto del niño para darle la bendición antes de dormir y encontraba
ahí a mi marido, notaba algo como una mirada de reproche atenta y severa dirigida
a mí, y me sentía avergonzada. Por momentos me horrorizaba mi indiferencia por
el crío.
20
Juntos,
pero no revueltos:
Entre
nosotros ya se percibían las conocidas convenciones del decoro. Vivíamos por
separado: él con sus ocupaciones, en las que yo no tenía para qué participar, y
ahora tampoco quería, y yo con mi ocio, que ahora no lo ofendía ni lo
apesadumbraba como antes. Los niños eran todavía demasiado pequeños y no podían
ser un punto de unión.
21
Como
escribió Neruda en su poema 20: Nosotros los de entones ya no somos los mismos:
Él
también sigue siendo el mismo, sólo la arruga que tiene entre las cejas se ha
hecho más profunda y tiene más canas en las sienes; pero ahora su mirada atenta
y profunda está constantemente velada por nubarrones. Y yo también sigo siendo
la misma, pero en mí ya no hay amor, ni deseo de amor. No siento necesidad de
trabajar ni me encuentro a gusto conmigo. Y mi éxtasis religioso de entonces,
el amor que sentía por él y la plenitud de la vida de entonces me parecen tan
lejanos e imposibles… Ahora no sería capaz de entender eso que antes me parecía
tan claro y tan justo: la felicidad de vivir para el otro. ¿Qué sentido tiene
vivir para el otro cuando no se tienen ganas de vivir para uno mismo?
22
El
amor persiste, pero es de otro tipo:
sí
es como me ha entendido! —pensaba yo, intentando contener los sollozos que me
ahogaban—. Está acabado, el amor que nos teníamos está acabado», me decía una
voz en mi corazón.
Él
no se acercó, no me consoló. Estaba ofendido por lo que acababa yo de decir.
Su
voz era tranquila y seca.
—No
sé de qué me acusas —comenzó—, si es de que ya no te amo como antes…
—¡Ya
no te amo! —dije yo con el pañuelo sobre la boca, y unas lágrimas amargas cayeron
en él más abundantes todavía.
—De
eso es culpable el tiempo y nosotros mismos.
No,
lo que ha pasado no volverá, es imposible hacerlo volver —y su voz se suavizó
al decir esto.
—Todo
ha vuelto —dije yo, apoyando mi mano en su hombro.
Él
tomó mi mano y la apretó.
—No,
no es verdad que no lamente el pasado; lo lamento, lloro por ese amor que se
fue, que ya no existe ni volverá a existir. ¿Quién tiene la culpa? No lo sé. Ha
quedado amor, pero no aquel; ha quedado su lugar, pero él ha estado muy
enfermo, no tiene fuerza ni vitalidad, han quedado recuerdos y gratitud.
23
La
vida es otra:
Mi
marido se acercó a mí; yo cubrí la carita del niño y luego la descubrí de
nuevo.
—¡Iván
Serguéich! —dijo mi marido, pasando un dedo por la barbilla del bebé. Pero yo
cubrí de nuevo a Iván Serguéich. Nadie que no fuese yo debía verlo. Miré a mi
marido, sus ojos rieron cuando se toparon con los míos, y, por primera vez después
de mucho tiempo, fue para mí fácil y gozoso mirarlos.
A
partir de ese día el idilio con mi marido terminó. El sentimiento de antaño se convirtió
en un recuerdo querido e irrevocable, y el nuevo sentimiento de amor por mis
hijos y por el padre de mis hijos sentó el comienzo de otra vida, feliz de manera
absolutamente distinta, una vida que aún no he terminado de vivir en este
momento…
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