jueves, 26 de agosto de 2021

LA FELICIDAD CONYUGAL. TOLSTÓI. 1859

 

LA FELICIDAD CONYUGAL (1859)



Edgardo Rafael Malaspina Guerra

 

I

El amor de pareja ha evolucionado de diferentes maneras a través de distintas épocas; no obstante, esa pasión entre un hombre y una mujer tiene sus etapas bien delimitadas en todos los casos y en cualquier tiempo ,que pueden desembocar en una ruptura total o en un serena relación configurada por aquello de que la costumbre es más fuerte que el amor. De esto trata precisamente La felicidad conyugal.

Apenas se conocen un hombre y una mujer , empieza un periodo exploratorio donde juegan papeles importantes la experiencia y los instintos. En La felicidad conyugal hay una diferencia de edad entre los futuros novios y luego esposos, y esa distancia generacional se hace sentir de alguna u otra manera.

 El amor del noviazgo y de los recién casados es el verdadero ,ingenuo e ideal. El amor del matrimonio, ya pasado algún tiempo, es el real, pensado y sosegado; y se mantendrá si pasa la prueba de la convergencia o divergencia de las personalidades que comparten espacios e intereses mutuos. El primer amor pertenece a la esfera de Eros y Dionisio, el que viene luego será menos fogoso con la aparición de los hijos, por lo tanto, es filial y transcurre bajo la égida de Apolo. Entonces, para vencer los avatares del tedio de los hábitos el amor debe ser creativo y reinventarse. Acostumbrarse es empezar a no ser, dijo don Miguel de Unamuno en El sentimiento trágico de la vida. El amor conyugal está conformado por los encuentros y los desencuentros.

II

Una mujer (María Alexándrova, la narradora) y su tutor (Serguéi Mijáilovich) se enamoran a pesar de la diferencia de edades. Ella sueña con ser amada por él, mientras él tiene sus dudas precisamente por los doce años que los separan. El noviazgo está lleno de sueños. Vendrán el matrimonio, los hijos, el hastío, las discusiones, las paces y nuevamente las desavenencias y las reconciliaciones. La vida aldeana los aburre, pero también la de la ciudad no será completamente satisfactoria por los compromisos sociales. Vendrán los celos, los diálogos y los entendimientos. Finalmente, el amor estará signado por la necesidad de mantenerse juntos para enfrentar los retos de la vida familiar y eludir los pasos lúgubres de la soledad.

III

La genialidad de León Tolstói plasmada en esta novela, escrita en 1858 y publicada en 1859, reside en que en ese entonces tenía apenas treinta años y aún no estaba casado, y por lo tanto no tenía experiencia propia de la vida matrimonial; no obstante, su acuciosa capacidad de observación de la vida de su entorno social le hizo percibir con suprema agudeza los altibajos emocionales por los que atraviesan las parejas.

Párrafos, citas y frases:

1

Y cada uno de mis pensamientos era un pensamiento suyo, y cada uno de mis sentimientos era un sentimiento suyo. Entonces yo no sabía que eso era el amor, pensaba que siempre podría ser así, que era un sentimiento que se daba porque sí.

2

Las dudas por la diferencia de edad:

 

—Dígame la verdad, con la mano en el corazón —dijo él dirigiéndose a mí en tono guasón—, ¿acaso no sería para usted una desgracia unir su vida a la de un hombre viejo que ya ha vivido, que sólo tiene ganas de estar sentado, mientras que usted sabe Dios qué quiere, ¿qué le pasa por la cabeza?

3

Las ensoñaciones del amor:

Mi antigua tristeza quedó atrás y dio paso a una primaveral nostalgia soñadora, llena de esperanzas y de deseos incomprensibles.

4

Descripciones poéticas:

Verdaderamente era una noche como no volví a ver nunca más. La luna llena estaba sobre la casa detrás de nosotros, de manera que no se veía, y la mitad de la sombra del techo, los pilares y el toldo de la terraza yacían al sesgo de su luz.

- El camino de tierra arenisca estaba claro y bañado por la plata del rocío y la luz de la luna.

-El ancho camino de flores, en el que a un lado se extendían oblicuas las sombras de las dalias y de los soportes, luminoso y frío, lanzando destellos con sus guijas irregulares, se perdía en la niebla y en la lejanía. Detrás de los árboles se distinguía la clara techumbre del invernadero, y desde el fondo del barranco comenzaba a levantarse una niebla creciente. Algunos deshojados arbustos de lilas estaban iluminados hasta las ramas.

5

María espera una declaración de amor:

Pero ¿por qué no me dirá sencillamente que me ama? —pensaba—. ¿Por qué inventa no sé qué dificultades y dice que es viejo cuando todo es tan sencillo y tan hermoso? ¿Por qué pierde un tiempo precioso que, quizá, no vuelva jamás? Que me diga: te amo, que me tome mi mano con su mano y oprima su cabeza contra ella y me diga: te amo. Que se ruborice y baje los ojos delante de mí, y entonces se lo diré todo. No, no se lo diré; lo abrazaré, me apretaré contra él y me echaré a llorar.

6

Los altibajos del amor:

Él comenzó a dedicarse a sus asuntos más que antes, y yo volví a tener la impresión de que en su alma había un mundo específico que me estaba vedado. Su eterna tranquilidad me irritaba. No es que lo amara menos que antes, ni que fuera menos feliz que antes con su amor; pero mi amor se estancó, ya no crecía, y amén del amor, un sentimiento desasosegado, nuevo para mí, comenzó a infiltrarse en mi alma. Me parecía poco amar una vez conocida la felicidad de amarlo.

7

Hastío aldeano y sueños con la ciudad:

La idea de que podría librarme de aquella tristeza con sólo trasladarme a la ciudad se me ocurría una y otra vez; pero al mismo tiempo, que por mí se alejara de todo lo que quería me hacía sentir avergonzada y mal.

8

Cambios de humor:

Sentía que las lágrimas me inundaban el corazón y que estaba muy enojada con él. Me asustó mi enojo y fui a buscarlo. Lo hallé sentado en su gabinete, escribiendo. Al oír mis pasos, me miró un instante con indiferencia, con tranquilidad, y continuó con su escritura. No me gustó su mirada; en vez de acercarme a él, me detuve junto a la mesa sobre la que estaba escribiendo y, tras abrir un libro, me puse a contemplarlo. Él volvió a dejar lo que estaba haciendo y me miró.

—¡Masha! ¿Estás de mal humor? —me preguntó.

9

El viaje a la ciudad cambia la visión sobre la vida:

Nuestro viaje a Petersburgo, la semana que pasamos en Moscú, sus parientes y los míos, nuestra instalación en el nuevo apartamento, el camino, las nuevas ciudades, los rostros, todo transcurrió como en un sueño. Todo era tan distinto, tan novedoso, tan divertido, todo era tan cálido y estaba tan nítidamente iluminado por su presencia y su amor que la apacible vida en la aldea me pareció algo muy lejano e insignificante.

10

La vida social:

—¿Qué falta me hace la vida social? —respondí—. Sólo iremos al teatro, visitaremos a nuestros parientes, escucharemos alguna ópera y algo de buena música antes de Semana Santa estaremos de regreso en la aldea

11

 

El arrobo de la ciudad:

 

Pero en cuanto llegamos a Petersburgo, nuestros planes cayeron en el olvido. Me encontré de pronto en un mundo tan nuevo, tan dichoso, tantas alegrías me embargaron el ánimo y tantos nuevos intereses surgieron frente a mí que de inmediato, aunque inconscientemente, repudié mi pasado y me retracté de los planes hechos en ese pasado.

12

Pequeñas desavenencias:

—Has cambiado mucho —dije suspirando—. ¿De qué soy culpable frente a ti? Si no hubiese sido la recepción, habría sido otra cosa, algo hay en tu corazón, y desde hace tiempo, contra mí. ¿Qué sentido tiene la falta de sinceridad? Antes tú mismo la temías. Dímelo directamente: ¿qué tienes contra mí? «Algo dirá», pensaba yo recordando, ufana, que en todo el invierno no había habido nada que pudiera reprocharme.

13

Celos:

—¿Qué pasa? —pregunté con lágrimas de indignación en los ojos.

—Me resulta repugnante que un príncipe te haya encontrado bonita y que por eso corras a su encuentro, olvidándote de tu marido, de ti misma y de la dignidad de la mujer, y que no quieras entender lo que está obligado a sentir por ti tu marido, ya que en ti no existe el sentimiento de dignidad. Al contrario, vienes a decirle a tu marido que «haces un sacrificio»…

14

Discusiones:

No, no sacrificaré nada por ti —dije, sintiendo de qué manera tan poco natural se me ensanchaban las aletas de la nariz y la sangre abandonaba mi cara—. El sábado iré a la recepción; iré pase lo que pase.

—Y ojalá te diviertas, pero entre nosotros todo se acabó —gritó en un arrebato de locura incontenible—. Ya no me torturarás más. Fui un estúpido al… —empezó de nuevo, pero sus labios se pusieron a temblar y, haciendo evidentemente un esfuerzo, se contuvo para no terminar la frase.

15

Reconciliación:

Me asustó el sonido de esa voz sencilla y miré tímidamente a mi marido. Sus ojos estaban puestos en mí. Su mirada era feroz y burlona; su voz, uniforme y fría.

—Sí —respondí.

Por la noche, cuando nos quedamos a solas, se me acercó y me tendió la mano.

—Olvida, por favor, cuanto te dije —me pidió.

Yo tomé su mano; una sonrisa temblorosa se esbozó en mi cara, y las lágrimas estaban a punto de derramarse de mis ojos, cuando él retiró su mano y, como temiendo una escena sensiblera, se sentó en un sillón bastante alejado de mí. «¿Será posible que siga creyendo que tiene razón?», pensé.

16

Del amor al respeto y la prudencia:

A partir de entonces nuestra vida cambió radicalmente, y también cambiaron nuestras relaciones. Ya no estábamos tan bien a solas como antes. Había cuestiones que evitábamos, y nos era más fácil hablar cuando había una tercera persona con nosotros que cuando estábamos frente a frente. En cuanto la conversación versaba sobre la vida en la aldea o sobre algún baile, era como si un tropel de chiquillos se nos pusiera a correr en plenos ojos y nos resultara incómodo mirarnos. Como si los dos sintiéramos dónde estaba el abismo que nos separaba y tuviésemos miedo de acercarnos a él. Yo estaba convencida de que él era orgulloso y explosivo y que había que tener cuidado para no rozar sus puntos débiles. Él estaba seguro de que yo no podía renunciar a la vida social, de que la aldea no era lo mío y que no quedaba más remedio que resignarse a este malhadado gusto.

17

La vida social se hace costumbre:

La vida social, que al principio me había ofuscado la razón con su brillo y los halagos a mi vanidad, pronto se enseñoreó definitivamente de mis gustos, se tornó costumbre, me puso sus grilletes y ocupó en mi alma todo el lugar disponible para los sentimientos. Ya nunca me quedaba a solas

conmigo misma y temía entrar a fondo en mi situación. Todo mi tiempo, desde avanzada la mañana hasta avanzada la noche, estaba ocupado y no me pertenecía, aun si no iba yo a ningún lado. Ya no era ni divertido ni aburrido; simplemente me parecía que así, y no de otra manera, tenía que ser.

18

La aburrida vida del matrimonio:

Así transcurrieron tres años, durante los cuales nuestras relaciones permanecieron intactas, como si se hubiesen detenido, como si se hubiesen congelado y no pudieran ni mejorar ni empeorar. Durante esos tres años, en nuestra vida familiar acaecieron dos sucesos importantes, pero ninguno de los dos modificó nuestra vida. Uno fue el nacimiento de mi primer hijo, y el otro la muerte de Tatiana Semiónovna. Al principio, el instinto maternal se apoderó de mí con tanta fuerza y me produjo un entusiasmo grande .

19

Los hijos traen cambios positivos en la relación matrimonial:

 

 

 

Mi marido, por el contrario, a partir del momento en que nació nuestro primer hijo volvió a ser el mismo, un dulce y apacible hombre casero, y toda su ternura y su alegría de antaño las volcó en el bebé. A menudo cuando, ya vestida de baile, entraba en el cuarto del niño para darle la bendición antes de dormir y encontraba ahí a mi marido, notaba algo como una mirada de reproche atenta y severa dirigida a mí, y me sentía avergonzada. Por momentos me horrorizaba mi indiferencia por el crío.

20

Juntos, pero no revueltos:

Entre nosotros ya se percibían las conocidas convenciones del decoro. Vivíamos por separado: él con sus ocupaciones, en las que yo no tenía para qué participar, y ahora tampoco quería, y yo con mi ocio, que ahora no lo ofendía ni lo apesadumbraba como antes. Los niños eran todavía demasiado pequeños y no podían ser un punto de unión.

21

Como escribió Neruda en su poema 20: Nosotros los de entones ya no somos los mismos:

Él también sigue siendo el mismo, sólo la arruga que tiene entre las cejas se ha hecho más profunda y tiene más canas en las sienes; pero ahora su mirada atenta y profunda está constantemente velada por nubarrones. Y yo también sigo siendo la misma, pero en mí ya no hay amor, ni deseo de amor. No siento necesidad de trabajar ni me encuentro a gusto conmigo. Y mi éxtasis religioso de entonces, el amor que sentía por él y la plenitud de la vida de entonces me parecen tan lejanos e imposibles… Ahora no sería capaz de entender eso que antes me parecía tan claro y tan justo: la felicidad de vivir para el otro. ¿Qué sentido tiene vivir para el otro cuando no se tienen ganas de vivir para uno mismo?

22

El amor persiste, pero es de otro tipo:

 

sí es como me ha entendido! —pensaba yo, intentando contener los sollozos que me ahogaban—. Está acabado, el amor que nos teníamos está acabado», me decía una voz en mi corazón.

Él no se acercó, no me consoló. Estaba ofendido por lo que acababa yo de decir.

Su voz era tranquila y seca.

—No sé de qué me acusas —comenzó—, si es de que ya no te amo como antes…

—¡Ya no te amo! —dije yo con el pañuelo sobre la boca, y unas lágrimas amargas cayeron en él más abundantes todavía.

—De eso es culpable el tiempo y nosotros mismos.

 

No, lo que ha pasado no volverá, es imposible hacerlo volver —y su voz se suavizó al decir esto.

—Todo ha vuelto —dije yo, apoyando mi mano en su hombro.

Él tomó mi mano y la apretó.

—No, no es verdad que no lamente el pasado; lo lamento, lloro por ese amor que se fue, que ya no existe ni volverá a existir. ¿Quién tiene la culpa? No lo sé. Ha quedado amor, pero no aquel; ha quedado su lugar, pero él ha estado muy enfermo, no tiene fuerza ni vitalidad, han quedado recuerdos y gratitud.

23

La vida es otra:

 

Mi marido se acercó a mí; yo cubrí la carita del niño y luego la descubrí de nuevo.

—¡Iván Serguéich! —dijo mi marido, pasando un dedo por la barbilla del bebé. Pero yo cubrí de nuevo a Iván Serguéich. Nadie que no fuese yo debía verlo. Miré a mi marido, sus ojos rieron cuando se toparon con los míos, y, por primera vez después de mucho tiempo, fue para mí fácil y gozoso mirarlos.

A partir de ese día el idilio con mi marido terminó. El sentimiento de antaño se convirtió en un recuerdo querido e irrevocable, y el nuevo sentimiento de amor por mis hijos y por el padre de mis hijos sentó el comienzo de otra vida, feliz de manera absolutamente distinta, una vida que aún no he terminado de vivir en este momento…


 

 





 

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