viernes, 9 de agosto de 2019

EN UCRANIA




EN UCRANIA

Edgardo Malaspina
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Ucrania, el país de los grandes puertos y famosos balnearios a orillas del Mar Negro y del Mar de Azov, las estepas feraces del Don, los lagos taciturnos, los bosques de cipreses y abedules, los campos extensos de trigos, las jatas limpias y siempre acogedoras con sus cercas de madera y huertos de vides y cerezos, y los vientos frescos provenientes de los Cárpatos, es la tierra del poeta Shevchenko, el escritor Nikolái Gógol, el legendario Tarás Bulba y sus valientes cosacos y del último amor de Honorato de Balzac.
Allá estábamos específicamente en su capital, Kiev, cruzada por el Dinéper y llamada “la antigua y siempre joven” por ser la cuna de la vieja Rusia, tronco común de los pueblos eslavos.
2

José Meléndez, un estudiante venezolano de economía me invitó a su casa, donde vivía con su esposa, Tania y su pequeña hija Alejandra.
3
El Dniéper, con sus tonalidades azules unas veces más intensas que otras, sus puentes y canales, imprime un atractivo especial a Kiev.  El monumento a sus fundadores, cerca del río, parece corroborar su grandeza milenaria; de pie, sobre una barca dorada, los navegantes pioneros contemplan la lejanía con fe y optimismo, y los brazos extendidos como quien está seguro de haber iniciado una empresa importante y perdurable.
4
Fuimos a los lugares de interés histórico: el monasterio Kievo – Pechiorski, la catedral de Santa Sofía, la plaza con la estatua ecuestre de Bogdán Jmelniski, héroe nacional de Ucrania. Las Cuevas Cercanas con la iglesia de la Exaltación de la Cruz y las Cuevas Lejanas.  Estos últimos, son monumentos arquitectónicos del siglo XVII con catacumbas donde vivían retirados los popes.  Al caminar por sus pasillos y escaleras estrechas se percibe el desasosiego de los recintos subterráneos.  Luego la contemplación de los objetos religiosos provoca un efecto tranquilizador.  Allí están los íconos impresionantes, las celdas mobladas con austeridad monástica y las momias, bien conservadas aún, de algunos beatos y santos de la Iglesia Ortodoxa.
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Un día, con Asia Villegas, fuimos  a Vinnisa, una ciudad cerca de Kiev con el manto venerable de lo antiguo; una villa llamada “La meca de los médicos”, por cuanto allí vivió sus últimos años el doctor Pirogov, considerado el padre de la cirugía rusa.  Estuvimos en su casa-museo, vimos su consultorio, su farmacia, sus instrumentos quirúrgicos, sus libros.  El cadáver de Pirogov esta embalsamado en una cripta de la iglesia a la vista del público.  Pirogov es un personaje muy apreciado y de leyenda.  Se dice que los cortes anatómicos, magistrales y precisos, que le dieron fama universal a sus atlas, se le ocurrieron cuando observaba a un carnicero tasajear una res congelada.  Era tan diestro con el bisturí que hacía una amputación de pierna en dos minutos.  El pueblo le creía tan buen médico que una vez, durante la guerra de Crimen, le llevaron a un soldado decapitado “para que le ponga la cabeza en su lugar y pueda volver, lo más pronto posible, al frente”.
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Al regresar a Kiev, paseamos por la Kreschatik, la principal avenida, siempre llena de gete y con muchos establecimientos comerciales.  Admiramos los souvenires de cosacos de Zaporozhie: panzudos, bigotudos, fumando pipa y en sus trajes típicos.  Los tapices hermosos de Reshetilovka, las pinturas de Petrikovka, con temas de la mitología eslava, los dibijos, con colores muy vivos, tallados en madera de Kósov y las toallas llamativas y bordadas de Poltava.








6
Ya tenía bastante amigos.  Lena, una muchacha esbelta de origen judío, me regaló un cucharón de madera, réplica de las que usaban los cosacos para beber vodka.  Kolia, un ucraniano, alegre y parrandero, me obsequió una Kosovorotka, especie de camisa grande, de color negro, mangas largas y bordado de flores azules y verdes y líneas amarillas.

-Guárdala en señal de amistad.  Perteneció a mi abuelo, quien fue partisano durante la Gran Guerra Patria, combatió con ella en los bosques de Polesie, me dijo Kolia. Aún la conservo con el mayor cariño.
7
Una noche, conversando en las orillas del Dniéper con José, probamos el vino delicioso de Massandra. Fue una variación exquisita inolvidable, por cuanto nuestras tardes etílicas se acompañaban de cervezas en jarrones que tomábamos cerca del kiosco donde las vendían.


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