EN UCRANIA
Edgardo Malaspina
1
Ucrania, el país de los grandes
puertos y famosos balnearios a orillas del Mar Negro y del Mar de Azov, las
estepas feraces del Don, los lagos taciturnos, los bosques de cipreses y
abedules, los campos extensos de trigos, las jatas limpias y siempre acogedoras
con sus cercas de madera y huertos de vides y cerezos, y los vientos frescos
provenientes de los Cárpatos, es la tierra del poeta Shevchenko, el escritor
Nikolái Gógol, el legendario Tarás Bulba y sus valientes cosacos y del último
amor de Honorato de Balzac.
Allá estábamos específicamente
en su capital, Kiev, cruzada por el Dinéper y llamada “la antigua y siempre joven”
por ser la cuna de la vieja Rusia, tronco común de los pueblos eslavos.
2
José Meléndez, un estudiante
venezolano de economía me invitó a su casa, donde vivía con su esposa, Tania y
su pequeña hija Alejandra.
3
El Dniéper, con sus tonalidades
azules unas veces más intensas que otras, sus puentes y canales, imprime un
atractivo especial a Kiev. El monumento
a sus fundadores, cerca del río, parece corroborar su grandeza milenaria; de
pie, sobre una barca dorada, los navegantes pioneros contemplan la lejanía con
fe y optimismo, y los brazos extendidos como quien está seguro de haber
iniciado una empresa importante y perdurable.
4
Fuimos a los lugares de interés
histórico: el monasterio Kievo – Pechiorski, la catedral de Santa Sofía, la
plaza con la estatua ecuestre de Bogdán Jmelniski, héroe nacional de Ucrania.
Las Cuevas Cercanas con la iglesia de la Exaltación de la Cruz y las Cuevas Lejanas. Estos últimos, son monumentos arquitectónicos
del siglo XVII con catacumbas donde vivían retirados los popes. Al caminar por sus pasillos y escaleras
estrechas se percibe el desasosiego de los recintos subterráneos. Luego la contemplación de los objetos
religiosos provoca un efecto tranquilizador.
Allí están los íconos impresionantes, las celdas mobladas con austeridad
monástica y las momias, bien conservadas aún, de algunos beatos y santos de la
Iglesia Ortodoxa.
5
Un día, con Asia Villegas, fuimos a Vinnisa, una ciudad cerca de Kiev con el
manto venerable de lo antiguo; una villa llamada “La meca de los médicos”, por
cuanto allí vivió sus últimos años el doctor Pirogov, considerado el padre de
la cirugía rusa. Estuvimos en su
casa-museo, vimos su consultorio, su farmacia, sus instrumentos quirúrgicos,
sus libros. El cadáver de Pirogov esta
embalsamado en una cripta de la iglesia a la vista del público. Pirogov es un personaje muy apreciado y de
leyenda. Se dice que los cortes
anatómicos, magistrales y precisos, que le dieron fama universal a sus atlas,
se le ocurrieron cuando observaba a un carnicero tasajear una res
congelada. Era tan diestro con el
bisturí que hacía una amputación de pierna en dos minutos. El pueblo le creía tan buen médico que una
vez, durante la guerra de Crimen, le llevaron a un soldado decapitado “para que
le ponga la cabeza en su lugar y pueda volver, lo más pronto posible, al
frente”.
5
Al regresar a Kiev, paseamos por
la Kreschatik, la principal avenida, siempre llena de gete y con muchos
establecimientos comerciales. Admiramos
los souvenires de cosacos de Zaporozhie: panzudos, bigotudos, fumando pipa y en
sus trajes típicos. Los tapices hermosos
de Reshetilovka, las pinturas de Petrikovka, con temas de la mitología eslava,
los dibijos, con colores muy vivos, tallados en madera de Kósov y las toallas llamativas y bordadas de Poltava.
6
Ya tenía bastante amigos. Lena, una muchacha esbelta de origen judío,
me regaló un cucharón de madera, réplica de las que usaban los cosacos para
beber vodka. Kolia, un ucraniano, alegre
y parrandero, me obsequió una Kosovorotka, especie de camisa grande, de color
negro, mangas largas y bordado de flores azules y verdes y líneas amarillas.
-Guárdala en señal de
amistad. Perteneció a mi abuelo, quien
fue partisano durante la Gran Guerra Patria, combatió con ella en los bosques
de Polesie, me dijo Kolia. Aún la conservo con el mayor cariño.
7
Una noche, conversando en las
orillas del Dniéper con José, probamos el vino delicioso de Massandra. Fue una
variación exquisita inolvidable, por cuanto nuestras tardes etílicas se
acompañaban de cervezas en jarrones que tomábamos cerca del kiosco donde las
vendían.
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